Casi se levantó de la cama, sólo para volver a recibir un golpazo. Los aficionados lo fueron a ver con la ilusión que produce el acudir a la plaza cuando los carteles anuncian a un torero honesto y que se entrega sin guardarse nada.

El jueves uno de septiembre, Andrés Roca Rey volvió a actuar después de un receso obligado como consecuencia del percance muy serio, que sufrió en la feria de Málaga.

Catorce días duró su convalecencia y de nuevo, ¡zas!, “al hule” como llaman los toreros a la camilla de curaciones.

Parece que los toros se han puesto de acuerdo para tundir a leñazos la cabeza del diestro peruano. En la plaza andaluza, el morlaco lo levantó dándole una paliza de dios es cristo, que incluyó formidable pechugón en la cabeza al ser lanzado con violencia contra el suelo, además, le propinó un puntazo en el abdomen y de pilón, la rotura del labio.

El torero volvió de la enfermería al ruedo, pero se desvaneció en dos ocasiones y de ahí se lo llevaron a la unidad de cuidados intensivos, a la que llegó con la memoria en blanco, el entendimiento hecho cisco y recitando incoherencias.

Roca Rey es un torero que tiene prisa por convertirse en primera figura. Así que, en cuanto pudo, se puso a entrenar y reapareció en la feria de san Antolín de Palencia. Sin embargo, en la plaza llamada Campos Góticos se escribió el complemento del drama.

El joven matador estaba haciendo la faena de muleta a “Marismeño”,  un toro castaño de la casa de Charro de Llen, que en los muletazos transitaba sin malas intenciones, hasta que se acordó para que traía los bastos del testuz y después del pase de pecho, cuando el matador con el palillo en la mano izquierda iba a rematar el remate –es redundancia, lo sé, pero el toreo moderno es muy redundante-, el merengue cambió de intenciones y se fue directo al cuerpo. En seguida de quitarle las zapatillas de la arena, le aplicó la licuadora zarandeándolo de pitón a pitón y por último, lo azotó con mucha fuerza de cara contra el suelo, donde lo embistió una vez más, arriándole una andanada complementaria de estacazos. El resultado: nueva conmoción craneal, lesión en el maxilar y amnesia temporal. 

Andrés Roca Rey es un torero con muchas ansias de triunfo y con nervios de acero templado que no le teme a los toros. Ni siquiera le preocupa la mafia del G-5, que ya es decir, porque los miembros del grupo son muy peligrosos merced a los tornillazos que tiran a mansalva y, con sus vetos y sanciones, hacen temblar las carnes hasta de los comentaristas de la tele. Actuando junto a cualquier figurón del toreo, si al coleta sudamericano le corresponde turno para hacer el quite, no perdona, va y lo hace sin mirar si el toro lo lidia El Juli o Perera o quién sea. A él no lo detiene nadie. Es que siempre hay seres humanos valerosos que brillan aun en las noches más oscuras. Si Roca Rey se levanta de la cama de un hospital para torear y de nuevo le arreglan su asunto, es porque le va la cosa, porque torear es su pasión y su vida, y porque es feliz en el ruedo ciñéndose un toro a la cintura.

Hay quien me dice que debe bajarle a sus ímpetus y administrarse, que el valor se escapa por los hoyos de las cornadas y que en el morado de los varetazos se diluye la afición de un torero. Ignoro si Roca Rey llegara a viejo, pero como él mismo lo dice: siempre saldrá a darlo todo.

Por eso se la juega un día sí y otro también, y ha conseguido el lugar de privilegio que tiene entre la torería. A su corta edad es ya una leyenda viva.

Dicen que Roca Rey posee es una gran afición, un enorme valor y muy buena técnica. Es cierto, pero lo que más tiene es la sangre muy fría y mucha vergüenza.

Las dos cosas  le permiten sentir el pitón rozándole las femorales y no hacer el mínimo aspaviento. Paradójico ¿no?, éste es de los muy pocos que honran el oficio que deberían honrar todos los que llevan coleta, el de la vergüenza torera.