Breve historia de un periodo marcado por el desquite, la persecución y una aspiración presidencial.
Como el sabio refranero popular que dicta que “el valiente vive hasta que el cobarde quiere”, los poblanos dijeron “no” el 4 de julio de 2010 a un sistema político que había incurrido en excesos, abusos y prepotencias difíciles de ver de soslayo, como quien disimula mucho porque nada sucede… Pero en ese año sí sucedía, y mucho.
Al cumplirse la primera década del nuevo milenio, el PRI en Puebla y otras entidades como Estado de México, Veracruz o Tamaulipas se había mantenido ajenas a los procesos electorales que nos habían dado la primera alternancia en México, con la llegada del Partido Acción Nacional a la presidencia, con Vicente Fox Quesada en 2000.
Una entidad que ha sido protagónica en momentos clave en episodios históricos que han conformado nuestra noción de país ha sido Puebla.
Ahí está la guerra entre conservadores y liberales en 1862 con la Batalla del 5 de Mayo; o el levantamiento armado con los Hermanos Serdán para dar cauce al movimiento armado de 1910… Y desde luego, la caída del PRI como partido hegemónico, en el inicio del nuevo milenio pasó también por tierras poblanas.
En noviembre de 1999, un año antes de la caída del PRI, la portada del semanario Proceso, uno de los pocos medios de la época con carácter para investigar y publicar expedientes ocultos del sistema político mexicano, llevaba la imagen de un viejo operador del sistema: Héctor Laug García, entonces secretario de Acción Electoral del PRI local con un arma de fuego en la mano derecha, atrás de él un sujeto sustrae una urna en medio de la interna priista para elegir al candidato presidencial que terminaría por perder por primera vez una elección: Francisco Labastida Ochoa.
El competidor del candidato oficialista dentro del PRI era ni más ni menos que un viejo conocido de los sótanos de la operación electoral: el exgobernador de Puebla Manuel Bartlett, quien terminaría por arrastrar el estigma por la caída del sistema de cómputo electoral en 1988 que dio a Carlos Salinas de Gortari la presidencia en detrimento de la izquierda, que quedaría en la antesala del poder con Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano como segundo en captación de votos.
En México se han realizado reformas a las leyes electorales para impedir trampas y chapucerías conocidas: desde la operación tamal y carrusel, hasta la compra y coacción del voto, o la manipulación del ciudadano.
Las modificaciones han sucedido casi siempre después de procesos traumatizantes en términos de competencia política, que polarizan y dividen a los mexicanos.
Las enmiendas a las reglas de competencia política han sucedido en 1977, luego en 1986, 1990, 1993, 1996 y 2002; vinieron otras como las de 2003, 2005, 2007-2008, y 2014… Y sin embargo cada que sucede una justa electoral el sabor de boca en el ciudadano es el mismo: el del engaño y la frustración.
La preexistencia de prácticas ilegales en la competencia política para preservar o alcanzar el poder público a través del voto popular ha ido constante, sistemático y por momentos, parece invencible… Y ya no es exclusivo de los priistas.
El 4 de julio de 2010 un grupo político con Rafael Moreno Valle a la cabeza compitió y ganó bajo las siglas del Partido Acción Nacional.
Como candidato de la coalición Compromiso por Puebla que incluyó al izquierdista PRD y al conservador Acción Nacional consiguió ganar en 17 de los 26 distritos electorales para dejar al PRI y sus aliados en una lejana posición: 1 millón 111 mil 318 votos contra los 883 mil 285 que había conseguido Javier López Zavala, el “delfín” de Mario Marín Torres, ya para entonces identificado en todo el mundo como “el góber precioso” por haber facilitado la detención de Lydia Cacho a petición expresa de un empresario de mirada torva y voz estentórea que todo el mundo conoció a través de una comunicación telefónica.
Harto del comportamiento grotesco del gobernante a quien acusaron de haber dado un nuevo orden a Puebla en el concierto nacional: del “Qué chula es Puebla” al “Puebla preciosa”, el electorado dio la espalda al PRI que se había mantenido en el poder durante 82 años. Y todo cambió… para seguir igual.
Como acto inaugural del nuevo gobierno, el inquilino de Casa Puebla decretó la recuperación de un predio ubicado en la zona de mayor desarrollo como la reserva territorial Atlixcáyotl que había estado en manos de un empresario de un perfil ciertamente discutible, pero la embestida del poder público contra un particular sería la constante a lo largo de un régimen que había decidido tomar el camino de la confrontación y persecución contra todo aquél que se opusiera a sus medidas y que luego llevó al derramamiento de sangre.
Hubo perseguidos y golpeados en la Sierra Norte de Puebla, desalojos de comerciantes en inmediaciones de edificios gubernamentales; golpes y gases lacrimógenos en Tehuacán e Izúcar de Matamoros y cuando alguien conseguía cuestionar el carácter policiaco de los operativos, los mandos respondían con sarcasmo y prepotencia: “Las acciones de disuasión no son tablas gimnásticas”… Hasta que llegó a Chalchihuapan, sus heridos y su muerto el 9 de julio de 2014.
Un grupo de gente pobre de esa población en Santa Clara Ocoyucan que se oponía a que les fuera retirado el derecho de expedir en una oficina local actas de defunción para sus muertos o de matrimonio para sus muchachos en edad casadera; o nacimiento para sus niños, decidió cerrar la carretera que conduce a Atlixco y Cuernavaca, dos lugares de recreo para poblanos y chilangos.
Granaderos recibieron de la orden de romper el bloqueo y comenzó la refriega con saldo de un niño muerto y cientos de heridos, algunos de ellos de gravedad; la crisis de legitimidad para el gobierno se profundizó luego de un conjunto de medidas impopulares como la contratación de obras onerosas con mecanismos de deuda a largo plazo, la imposición de un grupo de incondicionales en órganos ciudadanos como la Comisión de Derechos Humanos, Acceso a la Información Pública o el Instituto Electoral.
El Rafael Moreno Valle que había conseguido el voto de la gente que no quería más a un gobernante priista de línea dura, había mimetizado… o regresado a esos orígenes.