“Vete a la verga, eres un pendejo… chinga tu madre”, dijo el jefe con el rostro lleno de cólera, tan cerca del de su interlocutor que éste pudo percibir su aliento en medio de la noche a quien había acompañado en el primer tramo de su responsabilidad desde una posición en el staff que lo rodeaba en toda gira de trabajo, encuentros públicos con personajes de la política nacional… o reuniones privadas en el departamento de Elba Esther Gordillo, la madrina política y exdirigente magisterial sometida a proceso penal.

Ahí es en donde se escribió otra página en el largo recuento de mal trato y vejaciones que protagonizó Rafael Moreno Valle, el personaje central de la historia hacia quienes lo acompañaron desde que incursionó en la vida política en Puebla en 1999, cuando su otro creador, Melquiades Morales Flores lo invitó a ser secretario de Finanzas y Desarrollo Social.

Furioso abandonó el departamento de la maestra Gordillo Morales cuando ya estaba bien entrada la noche. Hiriente como suele ser con sus subalternos, gritó a quien le había abierto la portezuela de la Suburban blindada, seguida de los autos en los que viaja el equipo de guardaespaldas.

¿En dónde está Luis?, preguntó con malos modos. Buscaba a quien había sido su promotor político, luego Secretario General de Gobierno y ahora diputado federal, Luis Maldonado Venegas, con quien había tenido acuerdo antes de entrar a reunión en el departamento de Alejandro Dumas y Mazarik, en Polanco.

Iracundo necesitaba descargar su furia y a la mano estaba ahí, paciente y sin aspavientos el alfil que Moreno Valle tiene sembrado en el PRD, que para la ocasión aquella había decidido subir a la segunda planta del Starbucks más cercano a tomar café.

Una vez a la vista su interlocutor le vociferó, ofendió e hirió a hasta que se cansó. Todo porque algo había resultado mal en la reunión con la tutora que sería encarcelada en febrero de 2013. No era la primera ocasión que era ofendido Maldonado Venegas, como tampoco sería el único.

En la víspera del cumpleaños del mandatario, personal de asistencia en la Oficina del Gobernador decidió hacer una vaquita para comprar el regalo para el jefe. Era el primer onomástico que pasaba en Casa Puebla. Punteras para cuello de camisa marca Cartier, concluyeron los integrantes del equipo luego de hacer un recuento de los accesorios más recurrentes en la vida cotidiana del nuevo inquilino.

¿Esto qué?, reviró el festejado cuando recibió el presente que había sido abordado en uno de los jardines de Casa Puebla. Con un “gracias” impersonal tomó la caja y dio media vuelta para seguir su camino, a prisa, hacia la camioneta que lo esperaba en la mañana de ese 30 de junio.

Las tres o cuatro personas que habían entregado el regalo se quedaron plantados, con una extraña sensación que no supieron descifrar hasta que conocieron el auténtico perfil del mandatario que había acuñado una frase de campaña convertida en dogma: “Lo mejor está por venir”.

Vendrían luego las versiones de renuncias consecutivas de la mayoría de sus secretarios en los primeros seis meses de gestión como consecuencia de los insultos y ofensas y la más contada por la prensa insumisa: la ocasión en que bajó de la camioneta en medio del Periférico Ecológico a Amy Camacho, su primera secretaria de Medio Ambiente por alguna diferencia, entre otras.

Son testimonios que se acumulan uno tras otro y que han compartido personas de carne y hueso, que se mantienen en el anonimato por razones de índole elemental: tienen miedo de padecer la embestida de los mastines que defienden esa conducta anómala y sistemática que el gobernador saliente dejó en el nuevo gobierno para el cuidado de sus espaldas.

El latrocinio en Puebla alcanzó la cosa pública, pero también tuvo implicaciones personales serias para un puñado de gente callada, discreta y leal que decidió romper el silencio ominoso que impone el miedo. La violencia verbal y el acoso laboral como una cotidianidad de vida en los últimos seis años.