El desplazamiento de las corrientes de la izquierda electoral hacia la derecha, ahora claramente dibujado en la alianza PAN-PRD, debe ser sopesado en toda su dimensión. El acuerdo electoral es el reflejo de algo más profundo que ocurre en la sociedad y en la relación entre el poder y los que carecen de él.
El recorrido a la derecha de la izquierda electoral no solamente marca un acontecimiento histórico fundamental para el país, es ni más ni menos que la liquidación de una corriente que tuvo en el comunismo soviético a una de las fuentes de inspiración más visibles.
De un carpetazo se le puso fin a una historia asociada a figuras intelectuales de primer nivel: artistas, pintores, trabajadores de la industria, docentes, universitarios, habitantes de las periferias urbanas, campesinos, ferrocarrileros e hijos de líderes históricos. De hombres y mujeres que entregaron las mejores ideas para construir una patria justa, equilibrada y llena de bondad.
Pero lo más importante: todo un espectro social (que se puede contar por millones), educada en la transformación social fundada en principios asociados a las mejores ideas construidas por la humanidad, también fue tirada a la basura.
Parece que el ciclo de la caída del Muro de Berlín se ha cerrado en nuestro país, tardíamente, con ese giro electoral encabezado por el PRD, sin que el vacío haya sido ocupado hasta el momento por alguna fuerza fundada en el cambio social.
Ni siquiera AMLO se acerca a esta historia, aunque socialmente aglutina a ciertos sectores que pueden ser un eslabón que rescate ese pasado, pero que contradictoriamente él mismo insiste en debilitar, sujeto a una estrategia de brindar confianza a las élites para ganar los comicios de 2018.
El fin de las corrientes que se distinguieron por su interés en la transformación progresiva del sistema a través de los comicios, ha significado un duro golpe a la sociedad, más allá de los votos y los acuerdos electorales.
Acuerdo PAN-PRD, el triunfo para las élites
En realidad, el acuerdo PAN-PRD ha significado un triunfo para las élites y la su liquidación de la izquierda electoral, el impacto social puede es más que un simple paso que simbolice un pacto electoral. Lo que explica, por otro lado, la resistencia social del izquierdismo social perredista con respecto a la aceptación de Anaya como su candidato.
Si dimensionamos lo ocurrido, es como si un espacio de protesta y lucha social se hubiese cerrado de súbito. Así lo creo, porque colocarle el chaleco a Anaya de un partido como lo fue el PRD, debe verse como una tragedia desde el punto de vista social.
Resulta patético ver la manera en que se quiere incrustar a Anaya en lo que queda de una base social perredista educada, precisamente, en confrontar a las corrientes que lograron la transformación de los incipientes equilibrios sociales logrados con la revolución, ahora transformados en desequilibrios, sellados con acuerdos electorales con la izquierda.
Colocar un chaleco a Anaya simboliza una tragedia social y no creo que pueda verse de otra manera. Las recientes salidas de líderes y bases perredistas, en dirección de AMLO, no es otra cosa que la resistencia a la claudicación. Es coronar un proceso que inició con la persecución de la izquierda y que concluyó con la liquidación del Estado surgido de la revolución.
El acuerdo electoral fue la puntilla, pero el inicio de ese proceso no ocurrió ayer. En el contexto de la caída del Muro de Berlín, estuvo siendo alentado por corrientes que empezaron a cuestionar los vínculos del partido con los movimientos sociales y la manera en que estos se expresan: con movilizaciones.
Por un gobierno de coalición; no más presidencialismo
La derechización terminó con una alianza con la derecha panista, argumentando un pragmatismo que coincide con el control de la dirigencia del partido del sol, de líderes ligados con el poder y sus instituciones.
Sus argumentos ahora se concentran, por lo menos en este proceso electoral, en cambiar la forma de gobierno presidencialista por uno de Coalición.
Lo anterior, como si remozar al sistema político fuera suficiente como para terminar con las desigualdades lacerantes que apuntan a una desigualdad social nunca antes vista. El apego a las instituciones es proporcional al abandono de las luchas sociales.
No debe resultar extraño, que un extraño a la izquierda, como lo es Mancera, se pronuncie como el encargado de cuidar que el gobierno de Coalición se instale con el supuesto triunfo que pudiera obtener la alianza derechista.
Nadie en su sano juicio, sobre todo con respecto a quienes defienden postulados fundados en sociedades sustentadas en un poder social que sirva como equilibrio de las desigualdades sociales, puede estar contento con lo que ha ocurrido con la derechización de la izquierda electoral.
Se puede coincidir o no con esas posturas, pero es diferente cuando las corrientes han pasado esa línea que divide a los que ocupan la parte baja de la escala social y los de la cúspide.
Estamos ante el cierre de un ciclo de luchas sociales que se iniciaron en el siglo XIX en nuestro país.