Dice E. Cárdenas de la Peña, que en el sitio de Cuautla, aunque la ciudad “sitiada no fue tomada”, los ganadores son los realistas con Calleja a la cabeza. La fama y la gloria son sin duda de Morelos. Dijo en Europa Napoleón I: “Con cuarenta hombres como Morelos conquistaría el mundo”.
Matamoros asienta en Izúcar su cuartel general en juicio de 1812. Ahí organiza su división de combatientes. Ahí la equipa, la organiza y la municiona. Establece una fábrica de pólvora con salitre de gran calidad que extraen de Guayacán y Tochimilco.
Creó cuatro regimientos: el de Infantería del Carmen, dos de Caballería San Ignacio y San Luis, y el de Dragones de San Pedro, con un estandarte que tenía como leyenda: “Inmunidad Eclesiástica”. Toda la tropa sumaba dos mil quinientos insurgentes criollos y gente del pueblo dice Agraz García de Alba.
El Concepto, leyenda, ahora slogan: “Inmunidad eclesiástica” fue la respuesta al bando que desaforaba a los curas insurgentes, que mayoritariamente atendían a las grandes mayorías muertos de hambre, los cuales en cientos acudían a servir en la guerra para cambiar el estado de las cosas.
¿De dónde Mariano Antonio Matamoros Guridi, saca conductas de estrategias y tácticas militares?
Una respuesta simple, es aceptar que de alguna forma en su formación sacerdotal recibió información bélica.
Apoyémonos para ello en Gabriel dela Mora, sacerdote y escritor, que Agraz de Alba consigna en la biografía heroica. Dice de la Mora: “Indiscutiblemente Matamoros es el creador del ejército insurgente de línea, que reportó para Morelos las mejores victorias; y hubiese sido el consumador de la Independencia si no hubiera sucumbido en aras de la disciplina militar, ¿dónde adquirió las dotes de estratega?
Para comprender el aspecto bélico de Matamoros, hay que ir al museo del Virreinato en Tepotzotlán, y pararse a mitad de la Capilla de San Javier, frente a los tres altares que son una catarata de oro. Esa joya arquitectónica, del más acrisolado estilo churriguerezco constituye una de las maravillas del mundo. Allá se fraguó el espíritu militar de los jesuitas mexicanos. Era el cuartel general y los jesuitas en México, como en toda la catolicidad, son los instructores del clero. En la Universidad Gregoriana de Roma los jesuitas forman a los obispos del orbe. En cada seminario hay un periodo anual de acuartelamiento (que debió de hacer Matamoros) en el que los seminaristas hacen los Ejercicios Espirituales, bajo la dirección de un jesuita veterano que expone la estrategia que San Ignacio de Loyola (militar convertido en sacerdote) aconseja para transformar a todo sacerdote en militar. Esta instrucción, reiterada año tras año, va sedimentando un espíritu de combate que aflora en el momento propicio.
Lo vimos al comenzar este siglo en los capellanes cristeros. La historia lo descubre al alborear el siglo anterior en los cientos de curas insurgentes que sorprendieron a los realistas con la eficacia de su táctica militar.
Nada raro, pues, que del humilde cura de Jantetelco haya surgido el Mariscal Matamoros.