Las elecciones han servido para deducir (no importa quien gane finalmente el primero de julio), que la sociedad mexicana como un colectivo social ha construido un imaginario social a partir de la experiencia de cambio gubernamental vivida, a partir del año 2000 cuando Vicente Fox resultó victorioso y por primera vez en la historia mexicana, un partido de oposición derrotó al longevo régimen priista.
En el contexto del fortalecimiento de una economía de mercado, se abrían las puertas a todo tipo de experimentos de fuerzas políticas que armonizaban con la idea de una economía de mercado. El panismo lo dimensionó como un triunfo cultural asociándolo a la caída del Muro de Berlín, sin comprender que la sociedad también construye sus propios imaginarios, que constituyen una especie de “magma”.
Ese magma no es otra cosa que la manera en que la sociedad procesa su experiencia y se representa esa experiencia. Solamente está a la espera de que haga acto de aparición el agente que se encargue de conectarse con ese imaginario social para que la rueda de la historia, así sea coyunturalmente, de vueltas en el sentido no de lo que piensan quienes las gobiernan sino de lo que la sociedad misma ha imaginado.
El imaginario social (Cornelius Castoriadis), es esa sustancia que es difícil de describir pero que constituye una especie de espíritu (lo que se mueve), en el que la sociedad a través de su experiencia ha logrado acumular colectivamente un “saber” en contra del cual se dan de topes aquellos que, desde la cúspide del poder, no se dieron cuenta que la sociedad también es una entidad viva, que observa a los que los observan.
Golpe tras golpe
La sociedad ha recibido golpe tras golpe. Los ajustes estructurales orientaron la economía hacia el exterior, bajo la hegemonía norteamericana; el segundo golpe, la eliminación de las instituciones sociales, los golpes al salario y el empleo; la ocupación del territorio por el capital asociado a la violencia, con sus funestas consecuencias para el mundo urbano y las comunidades campesinas e indígenas, este último término utilizado en el sentido que lo hacen los zapatistas.
La sociedad mexicana, cuya piel aun transpira su heroica historia, fue valorando paso por paso lo que ocurría. Si bien es cierto que sufrió derrotas en el ámbito social, encontró en los procesos electorales una rendija para objetivar o devolver los golpes recibidos. Los esfuerzos gubernamentales por eliminar a la oposición electoral (anteriormente representada por el PRD), podríamos decir en cierto sentido que, finalmente, le salió el tiro por la culata.
El imaginario social, a diferencia de las representaciones colectivas (estas últimas más asociadas a las tradiciones culturales, prácticas sociales de grupos y como parte de la vida cotidiana, dice Lidia Girola), puede ser también desbarrancado. Vicente Fox lo logró en el 2000 y Meade y Anaya lo han intentado en los comicios que concluirán el primer día de julio. Pero el imaginario social construido en 18 años por la sociedad mexicana, habla de que la sociedad ha logrado procesar lo vivido.
El imaginario social construido, explica, en parte, las razones por las que no obstante los anzuelos lanzados por Anaya y Meade a la sociedad, estos no fueron “mordidos”. Lo que habla, asimismo, de lo imperturbable de los experimentos demoscópicos que mantuvieron a AMLO en los primeros lugares a lo largo del proceso electoral. Como representantes de la economía de mercado, tanto Meade como Anaya nunca pudieron interpretar el “magma” que solidificó el accionar de la sociedad.
AMLO ha sabido capitalizar y constituirse en la figura o el agente social a través del cual la sociedad desea poner un ya basta a las difíciles condiciones de vida en que ha sido colocada por la política económica y social de los últimos 40 años. Ha encontrado una coyuntura favorable de cambio de política en el mundo, no es el fin de la economía de mercado, pero si de transición en cuanto a cómo las naciones que se disputan cómo apropiarse de las riquezas del mundo, a lo que no han renunciado las grandes potencias: china, Rusia, EU y Europa.
La Cuarta Transformación
En caso de que AMLO llegue a triunfar, la pregunta que sigue es si el imaginario social que se ha construido en los últimos años va encontrar en Obrador a su operador.
La sociedad igual no es un ente homogéneo y habrá diversas maneras de interpretar el triunfo de Andrés Manuel, en caso de darse.
Sin embargo, el punto es que, para lograrlo, el nativo de Macuspana, ha tenido que construir su propia representación colectiva.
Entiendo como representación social, a una imagen dirigida a la colectividad, desde una determinada práctica política o económica al interior de la sociedad. López Obrador ha logrado construir una identidad que busca darle fundamento a la manera de representarse su mundo (su representación social) no con el fin de allanarse el camino a la presidencia (que le ha servido), sino como una manera de significar su pensamiento.
La representación colectiva de AMLO se puede sintetizar en lo que él ha llamado la Cuarta Transformación, a la que le antecedieron la Independencia, la Reforma y la Revolución mexicana, según ha dicho y que he escuchado en algunos de sus eventos. La piedra angular de esa “Cuarta Transformación” es la moralización de la vida pública y una serie de medidas sociales dirigidas a la población en general. Como ya hemos explicado, esa transformación que tiene como epicentro la moralización de la vida pública apunta poner fin a la corrupción.
Es muy cuestionable creer el fin de la corrupción puede poner fin a la guerra de clases que subyace en las modernas sociedades industriales. Sin embargo, igual se puede hacer muchísimo más de lo que otros gobiernos han hecho cuidando el dinero público y atinando en su inversión. Pero, si la moralización de la vida pública no va acompañada de respuestas adecuadas para detener los golpes del capital y de las élites contra la población, su gobierno puede terminar en un intento más por el desbarrancamiento del imaginario social.
Veremos, que todavía falta el primero de julio.