La sociedad, dice un sociólogo norteamericano, es aquella en la que una o varias personas pueden morir y, sin embargo, la sociedad sigue siendo sociedad. La muerte de un individuo no modifica en nada la existencia de una sociedad. La vida sigue y quien muere, como se dice coloquialmente, no vive para contarlo.
Los que viven y pueden mirar la muerte del otro o de los otros, son los únicos que pueden interpretar la muerte, sin que eso signifique, necesariamente, una explicación acerca de la muerte, como un hecho y acontecimiento que no es experimentable porque con la muerte termina el mundo para la persona que muere.
Las explicaciones de la muerte desde la ciencia son interpretaciones, pero la experiencia de la muerte es imposible porque con la muerte muere toda subjetividad, el mundo. Claro, lo anterior, a excepción de las interpretaciones místicas, que son igualmente eso, misterios arraigados en el interior del individuo y la sociedad, desde la fe.
Los muertos que transportaba el tráiler “de la muerte” (en Guadalajara), son personas y, como personas, tuvieron una existencia física y mental, es decir, vivieron hechos a partir de los cuales podemos saber de su vida vivida.
Pero si fueron personas y tuvieron una existencia física y psicológica, luego entonces también debieron de haber poseído, lo que Engel llama hechos supervivientes que, añade León Olivé (en antiguo texto), dependen de la existencia física y psicológica pero también pueden ser distintos a estos últimos.
Los hechos que Engel denomina supervivientes, son aquellos acontecimientos externos asociados a las convenciones sociales, un mundo del que forman parte las personas que viven en esa sociedad que, aparentemente, ni siquiera se inmuta cuando alguien deja de existir, pero en la que se inserta el individuo mientras vive, indica Olivé.
Lo superviviente, implica que las personas que fueron depositadas en un frigorífico de un transporte equipado para la carga de algún tipo de bienes, fueron personas que se relacionaron con determinados ámbitos o entorno social así como con un tipo de sociedad en la que actuaron y vivieron física y psicológicamente.
Una muerte sin fin
Si trazamos la hipótesis de que los cuerpos de las personas del tráiler son cuerpos no identificados por sus rasgos personales, debido a la inexistencia de instrumental humano y técnico que permita su identificación oportuna, entonces tenemos que reconocerlos, de alguna manera, que su superviviente (su sociabilidad), que habla por ellos.
Lo anterior significa que, en momentos de excepción, como la que se vive en México, el cuerpo aunque sin existencia física, tiene una adscripción como dato de lo superviviente (socio-familiar), que todavía está en disputa hasta en tanto el cadáver no se ha llevado al terreno de lo sacro, su cristiana sepultura.
Aunque Olivé niega la posibilidad de que los transgresores del orden puedan ser reconocidos como personas que renuncian a un tipo de identidad social porque ellos son juzgados y, a su vez, ellos mismos se identifican con una identidad negativa, sin embargo, algo debe de decirnos su supervivencia y su sociabilidad.
Lo cuerpos y su visibilidad se han convertido en un escándalo debido, aparentemente, a la incapacidad de las instituciones encargadas el control del cuerpo después de su muerte. Pero se trata de solamente una explicación técnica. Detrás del tráiler y los cadáveres ahí depositados existe una especie de muerte sin fin.
Se puede deducir, por la magnitud de cuerpos muertos y esparcidos a diario por todo el territorio nacional amontonados en cajas de refrigeración del transporte de carga en Jalisco, que los cuerpos no identificados son el resultado de una especie de “derecho de matar” sin control alguno, por fuera de las instituciones y que opera como lo que Mbembe llama necropolítica.
Quienes ejercen ese derecho son agentes particulares por fuera del Estado, y que forman parte de esos datos a los que conduce el concepto de supervivencia, que viene de fuera del entorno social en general. Como parte de ello, la necropolítica, se hace valer de un proceso de ficcionalización con el fin de crear enemigos.
No es que el crimen organizado no exista, pero sus causas no están en aquello que en realidad son efectos, como la pobreza y la existencia del mal, por citar dos ejemplos.
La globalización como formas renovadas de colonialismo aspiran a liberar al capital financiero de los obstáculos nacionales. Se ha impuesto eliminando los derechos sociales arraigados en el antiguo Estado nacional.
Actores impensables requieren que alguien “doble” a la sociedad. La violencia llamada criminal que, aparentemente, se combate desde el Estado, es quien ejerce ese derecho de matar, pero dirigido a la sociedad.
Y el símbolo de ese derecho de matar es el cúmulo de cadáveres en las morgues ubicadas a todo lo largo y ancho del país. El tráiler que guarda los 247 cadáveres es el efecto del derecho de matar sin control, como necropolítica, más allá de sus datos técnicos.
Es verdad que la sociedad alguien puede morir y la sociedad seguirá siendo sociedad, sin embargo, algunas muertes y muertos nos deben llevar a evitar que la necropolítica se imponga como una forma de vivir en sociedad, como un derecho a matar sin control.