Los humanos somos como almas en pena, a lo largo de la historia deambulamos de un lugar a otro en la búsqueda de satisfacer necesidades porque, en el lugar al que fuimos lanzados por el azar (al nacer), generalmente no es lugar apropiado para satisfacer nuestros deseos. Esos “criminales bien curtiditos” como les llama Trump, somos en realidad personas que continúan una antigua e histórica costumbre que se originó en los albores de la vida humana en la tierra.

Lo que los especialistas en migración llaman migraciones forzadas, diferentes a las voluntarias, tienen como antecedentes guerras en los países de origen como lo fueron las guerras mundiales; conflictos al interior de naciones, lo que ocasiona desplazamientos al interior de los mismos, Colombia; conflictos por razones de “raza” como ocurrió en Kosovo; o las guerras que activan naciones hegemónicas contra naciones menos poderosas.

Vistas las migraciones desde un punto de vistas histórico, la causa más común de los desplazamientos humanos son las guerras, plagas, pestes y el hambre. La que de alguna manera era consecuencia de todas ellas eran las temibles hambrunas, cuyos antecedentes se encuentra en el Levítico, y que simbólicamente fue representado por los cuatro jinetes del apocalipsis, como un castigo divino.

El surgimiento de la sociedad industrial y los avances técnicos aplicados a la producción agrícola, el combate de las plagas a través del avance en la química, así como el interés por erradicar las epidemias por medio de la medicina, trajo como consecuencia cierta comprensión de los fenómenos y, por tanto, el debilitamiento de los mitos religiosos, aunque no todo se ha logrado eliminar para mal de la humanidad.

El caso Irlanda, del siglo XIX

Uno de los ejemplos más dramáticos y que dieron como resultado una de las migraciones más impactantes de la historia humana (que representa una especie de transición entre la mitología judeo-cristiana y el poder surgido de la moderna sociedad industrial), es lo ocurrido en el siglo XIX en Irlanda.

Es un ejemplo que nos puede ayudar a comprender las migraciones que ahora se dan en el mundo.

De pronto las parcelas de papas fueron infectadas por un hongo para el cual apenas en el siglo XX se descubrió la manera de erradicarlo.

La tragedia fue mayúscula, porque era el alimento más importante de la era de la consolidación industrial del siglo XIX, por la gran cantidad de calorías que posee y que se ajustaba perfectamente a la dieta alimentaria impuesta a los trabajadores de la industria inglesa.

La papa había llegado a Europa llevada por los españoles. De España fue se desplazó a diferentes países de Europa, entre ellos Alemania, Inglaterra e Irlanda. En este último país, una colonia, dominado por los ingleses, se convirtió en un monocultivo por excelencia. Su producción se exportaba a la vecina Inglaterra, por lo que se acoplaba perfectamente con los bajos salarios que prevalecían aquella época.

Pero la tragedia que significó la pérdida de la producción irlandesa fue espantosa, porque los campesinos irlandeses también la habían contemplado como uno de los alimentos básicos de su dieta diaria. Todavía no se ponen de acuerdo en las cifras de personas que perdieron la vida a cusa de la primera y gran hambruna, en la que las causas humanas se habían convertido en factor primordial, alejada de una visión apocalíptica.

Aproximadamente murieron entre ochocientos mil y hasta dos millones de irlandeses, de acuerdo a autores que opinan sobre las estadísticas de personas que perdieron la vida. Los gemidos de los infantes cargados en los brazos de sus madres, quienes igual eran atormentadas por el dolor y el hambre, así como por el ver morir a sus hijos en sus brazos, quedó inmortalizado en el museo que se erigió en Irlanda en recuerdo de aquella tragedia.

Dos millones de irlandeses migraron a Estados Unidos después de la gran hambruna. Existen algunos estudios que hablan valoran lo ocurrido. Hobsbawm, historiador inglés, cree que este hecho facilitó mano de obra barata a la industria norteamericana. Por su parte, Amartya Sen, dice que Inglaterra no sufrió de hambruna porque, por otro lado, de la misma Irlanda salían barcos con carne para distribuir en el mercado inglés.

La élite inglesa, en el parlamento, se refirió a lo ocurrido como una pena pero que eso le ocurría a un pueblo indolente y flojo, como eran los irlandeses. La reina envió algunos miles de libras esterlinas, que por supuesto no sirvieron más que para mostrar la insensibilidad ante la tragedia vivida por un pueblo sometido a un imperio.

Cuántas de aquellas lecciones nos pueden servir a nosotros, habitantes del siglo XXI, con el fin de evitar que el factor hambre o el dominio de una nación sobre otra, termine por convertirse en causa de que las familias abandonen su tierra de origen en la búsqueda de nuevos horizontes. Y aún más, que salgan por hambre cuando lo que se produce localmente se manda al mercado mundial de bienes agrícolas.

El consumo de papas en Europa por la población, diríamos hoy “vulnerable”, según ciertas clasificaciones, quedó inmortalizada en “Los comedores de patatas”, de Vincent van Gogh.