Lo supe de inmediato, cuando subimos al carro y yo, que generalmente fungía de copiloto, fui relegado al asiento trasero para que ella pudiera ocupar plácidamente mi lugar. Me bastaron un par de miradas antes de encenderse el motor para entender lo que sucedía, quitarme el cinturón, fingir que todo estaba en orden y alegar que ese día prefería caminar y coger un autobús a casa. Mi amigo se había hecho novio de la niña de la que estaba enamorado.
Supongo que, desde ahí, se me quedó la costumbre: si me gusta o lo quiero, pero no es para mí, hago hasta lo imposible por no verlo. Y en el futbol no es la excepción. No tengo empacho alguno en confesarlo: no veo los juegos del Barcelona. Me he perdido un sinfín de partidos, goles y jugadas que todos juran y perjuran ser imperdibles. Muchos me lo reclaman; pocos lo entienden; y otros ‘no me lo perdonan’.
¿Cómo que no viste la voltereta al PSG? ¿Pero cómo prefieres perderte a Messi? ¡Jamás volverá a existir algo similar! ¡Es que en realidad no te gusta el futbol!, son algunas de las frases que constantemente, entre bostezos, debo soportar.
Así, me perdí los mejores años de Rafael Márquez, quien incluso había posado para una revista con la camiseta del Real Madrid; y así, supongo, si en verdad sucede, me perderé la magia de Carlos Vela, quien hace algunos años declaró que su “más grande sueño” era jugar con los de Chamartín.
Días después de aquella escena, sonó el teléfono en casa de mi abuela. Era él. “Lo que pensaste o lo que te dijeron no es verdad”.
Pocas cosas quitan el sueño como saber que la niña que te gusta se hizo novia de tu mejor amigo; o que el acérrimo rival fiche a tu jugador favorito. A menos que suceda una llamada que devuelva las cosas a la normalidad.
Nos leemos la siguiente semana. Y recuerden: la intención sólo la conoce el jugador.