Cuando era niño y me alocaba, los viejos me decían: Mira míjo, piensa: Tienes que ser atento con la gente, pero con quien tienes que ser más atento todavía, es con la familia, porque es con nosotros, tu familia, con quien vives y convivirás toda tu vida. Sin embargo, si somos honestos, debemos reconocer que la mayoría de las veces, somos más atentos y serviciales con el vecino….Triste, pero es verdad.

Me pregunté: ¿Por qué ha sucedido esto? La mayoría nos convertimos en “candil de la casa y farol de la calle”. Quizá porque perdimos una cualidad muy importante inherente al ser humano, dejamos de creer, primero, en nuestro círculo más cercano, el familiar y terminamos por dejar de creer en todo y en todos. Los motivos que provocaron eso, son muchos y de distinta índole. Quienes hemos perdido en esta lid hemos sido cada uno de nosotros, porque dejamos de creer en nuestra fuerza; no para hacer negocios, engañar o para conquistar al sexo opuesto, entre otras cosas, sino que dejamos de creer en nuestra capacidad para dejar hábitos y costumbres que nos dañan, prácticas que nos devalúan y debilitan física y moralmente al dudar hasta de nuestra sombra. 

Así es, somos muy buenos en lo que hacemos pero, cuando se trata de hacer algo para el bienestar de nuestro ser, de nuestro yo interno, somos un fracaso. ¿Por qué? Porque no creemos en nosotros mismos, porque no sabemos ni qué somos ni quiénes somos y mucho menos, porqué somos.   

Por tanto, como “farol de la calle”, a veces, soy relativamente amable con los demás pero como yo ni me conozco, me daño, sin darme cuenta que ese desconocido al que estoy “haciendo pinole”, soy yo.