Como sabemos de sobra, el próximo domingo 2 de junio se llevarán a cabo las elecciones para gobernador de nuestro estado. Tras el lamentable deceso de quien fuera gobernadora por tan sólo unos días, Martha Erika Alonso, que ganó la competida elección en 2018, la Constitución de Puebla obliga a nombrar a un gobernador interino, Guillermo Pacheco, para que convoque a su vez a una nueva elección, cuyo triunfador concluirá el periodo hasta 2024.

En la boleta electoral, los poblanos nos encontraremos con tres nombres. Alberto Jiménez Merino por el PRI; Enrique Cárdenas por la coalición PAN-PRD-MC; y Miguel Barbosa, representando a MORENA-PT-PES-PVEM.

Pero antes de que se pueda pensar algo distinto, este espacio no será ocupado para reseñar a los candidatos o sus campañas; tampoco se pretende dar un punto de vista politizado; o cualquier tipo de opinión, exhorto, sugerencia o publicidad.

Lo que me debe interesar, es el por qué (no) vamos a votar.

En las elecciones de 2018, Puebla fue un estado que sobresalió por su participación en los comicios para elegir diputados, senadores y gobernador, con un 67% de participación para la elección de Ejecutivo estatal, contra el 60% promedio de las otras entidades federativas e incluso superior al 64% promedio de votación nacional para elegir al Presidente de la República.

Análisis recientes sugieren que para 2019, la convocatoria para los comicios extraordinarios podría no superar al 50% de los electores inscritos en la lista nominal. Esta baja considerable puede darse por varias razones. En primer lugar, históricamente, en elecciones federales concurrentes, donde se vota por diputados federales, senadores y Presidente, el porcentaje de participación siempre es más elevado.

De esta condición, deriva la segunda razón. Mientras que en campañas electorales concurrentes la información y publicidad de los partidos políticos y sus opciones se realiza a gran escala, en elecciones locales los tiempos, topes de campaña y estrategias distan mucho de su contraparte nacional: vemos ejercicios más focalizados, con menos presupuesto y una racionalidad diferenciada.

Quizás la razón más interesante, a la que me gustaría dedicarle unas líneas más, es la de la percepción. Como todos sabemos, Miguel Barbosa, el candidato de la coalición del Presidente de la República, compitió también en las elecciones de 2018, perdiendo por un margen muy reducido, en un caso que tuvo que ser llevado a tribunales.

La designación de Barbosa como candidato tuvo, antes de ser oficializada, un proceso de selección al interior de Morena, que lo puso cara a cara contra el Senador Alejandro Armenta. La decisión, tomada a través de encuestas de conocimiento y percepción, le otorgaron reflectores a Morena mucho antes de comenzar el proceso electoral formal.

La batalla en tribunales para determinar la validez y legalidad de las elecciones de 2018, mantuvieron a Barbosa en la mira de la opinión pública incluso cuando la fenecida Martha Érika Alonso tomó protesta.

Enrique Cárdenas y Alberto Jiménez, por otro lado, fueron designados mediante procesos internos distintos, propios de su particular fuerza política, con menos complicaciones y mucha menor atención de los medios.

Es específicamente esa sensación de batalla ya luchada la que, estimo, nos lleva a (no) votar. Los militantes fieles y afines a cada uno de los partidos saldrán a las urnas a votar y defender el voto. Los simpatizantes, si encuentran el momento adecuado, harán lo propio. Pero el grueso de la ciudadanía suele caer en un error sistemático de las campañas electorales de la democracia moderna: consideran que, si el resultado ya está definido, un voto más o un voto menos no va a cambiarlo.

Entonces, la baja participación se dará fundamentalmente por la desilusión con los mecanismos representativos.

No puedo dejar de subrayar lo grande del error. Porque si democracia no es sólo participar, votar en elecciones libres, secretas y democráticas sí es uno de sus componentes principales. Cada voto cuenta. Cada expresión debe ser considerada. Rendirse a la voluntad de la mayoría, sin querer pertenecer a una, es abandonar lo que tantos años le ha costado a nuestro sistema democrático. Por eso el exhorto a tomar nuestra responsabilidad como mexicanos, como ciudadanos, como poblanos: expresémonos. Votemos. Participemos. Entremos en sanos desacuerdos. Sólo así abonaremos al perfeccionamiento de nuestra vida en comunidad.