En 2017 el diario “Entérate Nayarit” narró la presencia de una mujer, “con visibles trastornos mentales”, en una casa abandonada de Tepic. En la publicación, vecinos y transeúntes denunciaban haber sido atacados por la joven, temiendo por su patrimonio y su propia integridad, por lo que se trató básicamente un llamado para retirar a quien fue catalogada como “indigente” del lugar.

De acuerdo con el video que acompaña el reporte, durante la noche se le escucha gritar desesperada y en otro, de día, se le ve arrojando vidrios y hablando sola. Otros testimonios indicaban que dentro de la vivienda había rastros de sangre y se presumía que la mujer estaba embarazada. Un activista llamó a las autoridades a tomar medidas con respecto a “este tipo de personas”, insistiendo que la situación se había convertido en un tema de salud pública. Pero nunca de la mujer. Entonces, como en muchos otros casos, poco importó el bienestar de la joven y su historia, plagada de violación y abandono.

La “la locura” es un mal prioritariamente invisible y poco se describe desde la perspectiva de quienes manifiestan semejantes estados: “Se ha dicho –por Foucault- que hasta Pinel* no hay un claro interés por lo que dice un alienado, por qué lo dice y con qué interés lo expresa. No consta también que, hasta esas mismas fechas, los autores citan casi siempre de segunda mano las declaraciones sintomáticas de los enfermos” (1). En efecto, resulta difícil localizar estudios que retraten la condición de las personas que reportan algún padecimiento mental en el país, si han sido privadas de sus derechos humanos, qué limitaciones encuentran y su respuesta a los tratamientos.

Estadísticas del INEGI sobre “la condición de salud emocional y sentimientos depresivos; morbilidad sobre trastornos mentales y del comportamiento; suicidios y relación respecto de las muertes violentas” indican que durante el año 2017 se registraron 6 mil 559 suicidios, mientras 32,2% de la población mayor de 12 años aseguró haber sentido depresión. No hay indicadores sobre otros padecimientos. El sector tampoco figura, por ejemplo, en mediciones de instituciones como el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación.

Por otro lado, los padecimientos mentales continúan siendo satanizados y estereotipados en la sociedad mexicana. La locura es un algo de lo que debemos avergonzarnos al hablar, llega a la vida de sus víctimas como una maldición e imploramos, a Dios y al poder de la voluntad, la cura a tal inefable mal. La conocemos muy bien gracias a las telenovelas, donde cae como castigo sobre las tan odiadas villanas, quienes terminan consumidas por sus propias ambiciones, obsesiones y sus malévolos actos. Ahí, las enfermas son finalmente internadas, en ausencia de diagnóstico, en pulcros recintos donde otras pobres almas vestidas de blanco deambulan como espectros.

¿Estamos preparados para lidiar con aquellos males y con quienes tal vez nunca logren ser “curados”? Tratamientos y terapias enfocadas a “reintegrar” y procurar la “funcionalidad” parecen mantener el objetivo de normalizar a los sujetos, regresándolos a un ideal de conducta y salud mental. Desde luego, pacientes aseguran haber registrado una mejora tras ser atendidos con especialistas, sean psicólogos, psiquiatras o psicoanalistas. Pero algunos casos son más complejos, como el referente a January Schofield, quien a los 6 años fue diagnosticada con uno de los casos más severos de esquizofrenia.

Desde aquella edad acudió con psiquiatras y se le administraron los medicamentos más potentes para aminorar los síntomas, no obstante, January no registró una significativa evolución. Sus padres, que confesaron temerle, indicaron que manifestaba episodios de violencia y alucinaba la mayor parte del tiempo con sus decenas de amigos imaginarios, que solo se callaban cuando estaba casi sedada. Su padre, actualmente divorciado y sin la custodia de sus hijos, asegura que Jany, ahora una adolescente, se encuentra sobremedicada, por lo que su comportamiento evidencia un significativo deterioro.

¿Puede la vida de los llamados enfermos ser más llevadera para ellos mismos sin tener que cumplir con las expectativas de reintegración social? La medicina, claro está, puede mantener sus propios métodos y consideraciones, pero habría que cuestionar si nuestra tradición será capaz de lidiar con las diferencias de los “trastornados” y qué tanto las estrictas categorías de lo normal frustran la oportunidad de obtener una vida llevadera.

* Philippe Pinel (1745-1826) fue un médico francés dedicado al estudio de las enfermedades mentales.

(1) Álvarez, José María y Fernando Colina, “Las voces y su historia: sobre el nacimiento de la esquizofrenia”, en Átopos.