Teníamos muchos años de conocernos y de mantener una relación muy cercana a pesar de la diferencia de edades. Él era veinte años mayor que yo, era un hombre respetuoso, amable y extrañamente amoroso.
Esa tarde, la plática había tomado un tinte alegre y deshilvanado. De “las meninas de Velásquez y las Bachianas brasileiras de Villalobos y los fenómenos del entrelazamiento cuántico hasta, el barbasco y la absurda soberbia de la ciencia.
De pronto y sin decir “agua va”, me preguntó: Y tu ¿quién eres? La pregunta me dejó sin palabras. Cómo que quién soy, repuse.
Si, sé que te gusta pensar y que tienes una curiosidad infantil a toda prueba, pero; te has preguntado ¿quién eres en realidad?
Obviamente vinieron a mi cabeza mil respuestas que me colocaban como un tipo “fuera de lo común y con grandes virtudes y defectos, pero comprendí que su pregunta iba mucho más allá de las respuestas de un ego desmedido.
En realidad nunca me había puesto a pensar quién era yo de entre todos esos yoes con los que convivo a diario. ¿Quién soy?, ¿Un hipócrita, que intenta aparentar lo que no es? ¿Soy un ser inmaduro?, ¿Por qué aparento ser algo que no soy?, ¿Quién soy, realmente?…
Mi amigo me miró con ternura y me abrazó diciéndome: no te preocupes, no eres un hipócrita dos caras, vanidoso, al contrario eres un ser muy afortunado, porque si no hubiesen pasado todas esas preguntas sobre de ti, continuarías viviendo y actuando de acuerdo a lo que te han hecho creer que eres y lo que tú te has inventado ser; así que, a partir de ahora, empieza a escudriñar quién eres realmente, deja de ser un títere de tus emociones.