A ver si puedo explicar lo que pienso y siento sin que por esto se me tome como un candidato ideal para cambiar mí residencia al manicomio más cercano.
No comprendo por qué tenemos grabada a fuego la idea de que todo, todo, termina o muere. Ya sea que hagamos referencia a la fortuna, al dolor, la alegría, la salud o a la vida. Nada se salva de estos trances de dolor o de alegría. Según nuestras entendederas, en la vida todo lo que nace, al final, muere.
Para mí, nada de lo que nace muere, solo se transforma. Quiero dejar claro que sé que no estoy descubriendo “el hilo negro”.
Es por demás, recordar que para la física, todo y todos somos energía y, la energía jamás se pierde, solo se transforma, por ejemplo: la torta de jamón que estoy engullendo está a una mordida de morir, de desaparecer, junto con mi jugo de naranja.
La realidad es que ya desapareció de mi vista, porque ya está en mis tripas convirtiéndose, entre otras cosas, en energía para seguir tecleando. Pero el hecho de que ya no vea más a mi torta de jamón, me hace pensar que “ya murió”, al igual que mi juguito.
La bronca estriba en que es “fácil” aceptar lo de la torta de jamón y el jugo porque los veo, pero, ¿Qué pasa con mis invisibles emociones y pensamientos?
Exactamente lo mismo, con la diferencia de que la energía en que se transforman es mucho más poderosa, tanto así, que pueden convertirte en una persona amable, feliz y productiva o, en un penoso costal de soledades, amarguras y corajes….Todo dependerá del tipo de cosas con la que alimentes a tu ser, que para muchos es un perfecto desconocido, pero que al fin y al cabo es lo que en realidad eres: energía.