…Y entonces me jaló de las orejas; nomás porque no había recordado cuál era la capital Uruguay, lugar que por cierto, hasta la fecha, tengo borrado de mi mente, quizá porque me hizo llorar enfrente a mis cuates por maléfico jalón que me propinó.
Este recuerdo me hizo razonar y preguntarme ¿cuántos jalones de oreja me ha propinado la vida?, ¿cuántas cosas habré olvidado por el dolor?
Algo me dice que lo de menos es el olvido permanente del nombre de la capital de Uruguay, porque en realidad eso no llega a ser tan importante como el olvidar la fecha de mi boda o si tomé en la mañana la pastilla contra el colesterol o si pagué la luz del mes. Al fin y al cabo hay cosas que uno quisiera olvidar y otras que uno desearía que jamás se borraran, que permanecieran vivas constante y eternamente. No se necesita ser un genio para deducir que uno quisiera olvidar todo aquello que nos causó un gran dolor, una pena.
Lo complejo del caso es que uno termina siendo memoria, siendo los recuerdos que, para bien o para mal, permanecen vivos a lo largo de nuestra vida. La única forma de arrancar un mal recuerdo es razonando, no culpando, a la situación o persona que nos dañó. Cuando uno se pone en el lugar de quien nos lastima, nos damos cuenta que fue alguien que, por algún motivo, tuvo una vida llena de problemas. Después me enteré que habían llamado al maestro para decirle que lo iban a suspender por su mal carácter.