Cuando la lucha por la igualdad de género era inexistente en México y la generación millennial no era siquiera proyecto de vida de jóvenes padres insomnes, Enrique Montero Ponce reunió a un grupo de mujeres y les dio un lugar digno para trabajar como reporteras. Así era el decano del periodismo radiofónico.

Muchos años después en las tertulias que solía armar con un grupo de aprendices en Grupo Tribuna diría que ese había sido uno de sus equipos editoriales más sólidos por diversas razones: a diferencia de los reporteros, ellas no se perdían en parrandas interminables con la consecuente merma en la cobertura informativa, por ejemplo.

Todas las mañanas se le escuchaba despedir su emisión informativa con una oración convertida hoy en principio metafísico: no se pierdan la extraordinaria aventura de vivir, decía en forma cotidiana desde sus micrófonos de cabina.

Me tocó abrir su espacio de 2012 a 2014 y era imposible no aprender de ese periodista de rostro adusto que había construido con tozudez, día a día, su propia leyenda. Fue una fuente inagotable de experiencia y vivencias en diversas actividades: reportero de deportes y en la fuente política; como confidente de los poderosos, y también como gestor de causas difíciles para desvalidos, cosa que no presumía.

Fue fascinante conocer historia y contexto en que decidió romper con el coronel José García Balseca -dueño entonces de una treintena de periódicos-, hasta el día en que abrió los micrófonos a un pertinaz defensor de vendedores ambulantes, Rubén Sarabia ‘Simitrio’, cuando el régimen -PRI y PAN- comenzaba la temporada de caza del ahora líder histórico de la Unión Popular de Vendedores Ambulantes 28 de Octubre.

Fue un periodista que sin pudor dialogó siempre con el poder, como dicta la relación prensa-poder, lo que sus críticos no perdonaron-. Solía contar la ocasión en que un grupo de empresarios rapaces fue llamado a la oficina del gobernador Manuel Bartlett cuando la sede del gobierno estaba en un histórico edificio de avenida Reforma. Cada uno de esos ventajosos hombres de negocios fueron ‘persuadidos’ para dejar sus negocios tramposos en la Reserva Territorial Quetzalcóatl-Atlixcáyotl, que el antecesor Mariano Piña Olaya había permitido. Él había sido testigo de ese pasaje de la historia, por invitación del gobernador en turno.

No siempre fue así porque en la larga noche de conflicto estudiantil en la Universidad Autónoma de Puebla los estudiantes gritaron en las calles ‘once, once, once... que chingue a su madre Montero Ponce’, pasaje del que años después llegó a bromear.

El periodista Montero Ponce fue una pieza clave para entender la historia de Puebla y la evolución de los medios. Una mañana en la cabina de Grupo Tribuna le informamos sobre una creciente conversación en Twitter bajo el hashtag #NoEresPoblano que él tomó al vuelo y dictó un par de ingeniosas oraciones... Luego le leímos un tuit que lo pintaba fiel: #NoEresPoblano si no escuchaste a Montero Ponce en el auto cuando de niño te llevaban a la escuela. El rió discreto, nada más.

La ausencia en los micrófonos del periodista más longevo y productivo impondrá un reto para el Grupo Tribuna en medio de una competencia feroz por las audiencias y acuerdos publicitarios. Lejos del poder político y los grandes grupos empresariales, cerca de la consolidación de la era digital como paradigma en la era de las comunicaciones y de la información, la ausencia de la serenidad y agudeza de un Montero Ponce serán la diferencia.