La incertidumbre es la divisa en tiempo de Coronavirus. Una terminología con la que hemos tenido que socializar en los últimos días como si de expertos se tratara en todo el ámbito público.

Por añadidura, variables grotescas de la conducta humana: la desinformación con fines propagandísticos, de aniquilamiento del adversario a través de la difusión de noticias falsas que contribuyen a la zozobra general.

A la pandemia socializada, hay que añadir una enfermedad aún peor pues el remedio es inasible, etéreo porque está en el imaginario colectivo: el miedo.

En las últimas horas la gente ha padecido un bombardeo sistemático de acontecimientos desafortunados para los cuales no parece haber respuesta cierta ni lógica.

Desde la crueldad con la que fue muerta en la Ciudad de México Ingrid Escamilla, una joven poblana de la sierra norte en la segunda semana de febrero hasta la masacre de los jóvenes universitarios en Huejotzingo, y sus consecuentes megamarchas, la trepidante realidad nos ha arrebatado la tranquilidad.

Una sociedad presa del miedo no puede ser feliz. El estadío social convertido en dogma de fe se escurre de entre las manos del grupo gobernante, y esa en la práctica es una derrota política.

La transformación prometida no sólo no se advierte, sino que en el horizonte parece inalcanzable para todas y todos... y lo peor parece estar a la vuelta de la esquina.

En las últimas horas cuatro restaurantes en San Pedro Cholula tuvieron que cerrar sus puertas: Jazzatlán, Norberta, Divara y Corazón de San Pedro.

La decisión no pudo ser más difícil: plantillas laborales inactivas, sin utilidad y con la merma de una ganancia legítima por la necesidad de la prevención ante el riesgo del contagio.

Un número indeterminado en la capital y Atlixco están en la misma condición. Se puede ser responsable para evitar la propagación del Covid-19, pero ese recurso traerá consecuencias funestas para la planta productiva.

No son los grandes capitales, ni la mafia en el poder y tampoco el empresariado que posee capitales golondrinos a quienes cualquier alteración del escenario los hace llevar fortunas a países menos alterados.

En realidad se trata de microempresarias y hombres de empresa que apostaron pequeños capitales para emplear entre cuatro o 15 trabajadores, que dependen de la venta de productos o servicios cada día.

La industria restaurantera pidió ayer dispensas para el pago de cargas impositivas imposibles de cumplir sin utilidades en un mercado mermado anímica y económicamente; incluso pidieron plazos de gracia para el pago a Comisión Federal de Electricidad, que ya una vez canceló una deuda histórica a un pueblo moroso, como el de Tabasco, tierra del presidente Andrés Manuel López Obrador.

La Cuarta Transformación estará a prueba las próximas semanas, porque a diferencia del discurso iracundo de la oposición, el miedo en un pueblo infeliz suele castigar a quien les arrebató la tranquilidad. La historia está llena de ejemplos.