Como dicta la ley de la química, la materia ni se crea ni se destruye, sino que se transforma. Así ocurre con las agrupaciones delincuenciales que operan en cualquier punto de la geografía en el estado y el país.

Los grupos delictivos que por diversas razones pierden su liderazgo suelen sufrir procesos sangrientos de transformación que terminan en la entronización de un nuevo líder que cobra con cuotas de sangre su llegada a la nueva posición.

La captura en junio del año pasado de José Cristian N., alias El Grillo a quien se le atribuyó el monopolio del narcomenudeo, extorsión y ejecuciones en zonas claramente definidas de la capital y la mediatización de su perfil orilló a un reacomodo interno.

El proceso alcanzó hasta los interiores del penal de San Miguel en Puebla, hasta donde había sido llevado otro de los líderes delincuenciales convertido también en objetivo prioritario, Marco Antonio T., alias El Bombón o El Gordo.

Testimonios del interior del Cereso de San Miguel y de diversos grupos delictivos de menor rango en la zona metropolitana narraron que el pacto había sido sellado para que éste personaje comenzara a operar desde dentro de ese ámbito carcelario cobro de facturas, ejecuciones y recuperar el control de las lucrativas actividades delictivas como la distribución de drogas, robo de autopartes y extorsiones.

La plaza volvería a ser de un sólo grupo dominante a cuya cabeza sería colocado El Bombón, luego de que a El Grillo y su brazo derecho Julio Mix fueron enviados en octubre pasado a un penal federal en Oaxaca.

La nueva agrupación delictiva que se había reconstruido en el interior del Centro de Reinserción Social de San Miguel terminó por ser desactivada con el traslado de los más notables delincuentes a penales federales en Chiapas y Oaxaca.

Además de Marco Antonio T., El Bombón fueron enviados a cárceles federales otros miembros del grupo de El Grillo como El Patotas, El Cilón, El Lalo, El Cachibombo; pero también otros como El Chuky, El Colorado, El Diablo, El Michoacano y El Jabalí.

Con ello fue desactivada una bomba delictiva que tendría repercusiones incalculables para la frágil seguridad de poblanas y poblanos y para la estadística favorable que sacó a Puebla del sótano en materia de percepción de inseguridad.