No me gusta escribir cuando el cielo llora. Amaneció el día como terminó la noche anterior, gris y melancólicamente ajeno y solitario. Hoy, ahora, un día después, cabalgo sobre los lomos de un rayo de sol del atardecer del primer día del otoño. Me pregunto: ¿Qué hice con el tiempo ido?

Los antiguos decían: el otoño anuncia el final de algo que jamás se terminó. El año anuncia su fin desprendiendo las hojas de los árboles y las flores se esconden; es como que toda la vida se acurrucara en una cálida añoranza de algo, de algo que se niega a dormir sin saber por qué.

Cuando niño me preguntaba: ¿Qué tal, si mañana, cuando despierte, no sale el sol o, quién inventaría las horas o, ¿por qué sueño, por qué pienso? Hasta la fecha no sé por qué pienso, ni la ciencia me lo puede decir.  Yo me cuelgo “de aretes” a la ciencia, porque, por ejemplo Demócrito en el siglo V antes de Cristo ya hablaba del átomo, pero la “ciencia” descubrió esta verdad hasta principios del siglo XIX, es decir, se tardaron casi 2000 años en decir “a pus si es cierto”.

Si seguimos por el camino de la soberbia, menos vamos a comprender por qué pensamos y continuaremos dormidos como zombis….Todavía hay personas que creen que pensamos porque tenemos neuronas, ignoran que las neuronas funcionan después de que llegó algún pensamiento…Ya empezó a ponerse gris el día.