Conocí a Rodrigo López-Sainz en abril de 1996 en la gasolinera del Estadio Cuauhtémoc. Ahí fue el punto de reunión en donde Javier Marroquín, el matador Raúl Ponce de León, mi papá y yo saldríamos con rumbo a la feria de San Marcos. Marroquín dijo “invité a un amigo”, y llegó quien, a partir de ese saludo, se convertiría en mi maestro, amigo y compañero de vida.

Nuestras andanzas taurinas en la feria hidrocálida, con escalas obligadas en el casino y los bares que rodean la plaza, le metieron el gusanito de la fiesta brava. A un mes del viaje, Rodrigo decidió abrir la chequera para hacerse, junto con Marroquín, el empresario de la Plaza de Toros El Relicario, en donde terminé como gerente, promotor, jefe de prensa y todo lo que hace un chalán de lujo en una empresa taurina.

Luego vino la feria y una lucha contra el presidente municipal Gabriel Hinojosa, que originó el primer periódico juntos. Era un panfleto muy modesto al que llamamos El verdadero Poder Ciudadano que, en los hechos, fue el predecesor de lo que hoy es Intolerancia.

Ahí descubrí que en Rodrigo había un exitoso impresor que daba lo que fuera a cambio de tener su propio medio de comunicación.

De ahí vinieron dos años de mesas y sobremesas, en donde arreglábamos el mundo entre tequilas dobles de hornitos y copas de Chivas 12 años. Aún no eran tiempos de alcanzar escoceses con probada mayoría de edad.

Una llamada fue la que cambió el rumbo de nuestras vidas: “Nuñez vamos a cenar, quiero proponerte algo”. En el restaurante de Silvio Fogel, acompañados del teclado de Billy Frese (ambos también ya desaparecidos) me propuso dirigir un periódico en Tlaxcala, que con el avance de los whiskys logré convencerlo de que Puebla era el lugar para hacer una revista política.

Lo recuerdo como si fuera ayer. Me encontré en el Vips de la Noria con Mario Alberto Mejía para invitarlo al proyecto, quien sin dudarlo me dijo: “una revista política es el sueño de mi vida.” Esa misma noche cenamos con Rodrigo para que conociera a Mejía.

La química transformó el encuentro en magia y, después de unos vodkas en las rocas, ya estábamos armando el equipo de lo que sería la revista Intolerancia. Entre tragos supimos que los tres traíamos el mismo sueño de juventud. No era una revista, era la consolidación de un mismo proyecto de vida.

Y de ahí pa’l real.

Todo en torno a Rodrigo fue vivir intensa y apasionadamente cada instante. Rodrigo vivió tres vidas juntas en sus 65 años. Corrimos coches a 220 kilómetros por hora. Buceamos en buques hundidos. Toreamos becerros bravos. Fuimos restauranteros. Sufrimos asaltos. Nos tomamos una pipa entera de Chivas 18. Lloramos la partida de otros amigos.

Y principalmente, logramos hacer historia con el periódico más influyente de Puebla.

En fin. Necesitaría la tinta de varias de sus Montblanc para platicar parte del anecdotario que nos deja a todos quienes lo disfrutamos y —una que otra vez— lo padecimos.

Ayer se fue con él parte de mi vida. Pero me deja la mejor herencia de todas, sus sabias enseñanzas.

Rodrigo López Sainz no se lleva nada, porque las personas generosas y espléndidas como él, todo lo dan en vida y eso hizo, darnos a manos llenas lo más valioso que tenía: su corazón y su amistad.

Hasta siempre, hermano del alma.