Ante los recientes actos de violencia que han encendido los focos rojos en Puebla, debemos recordar que en 2018 vivimos una jornada electoral sumamente agresiva donde se registraron tiroteos y muertos, además del robo de urnas. 

Es cierto que los autores intelectuales de esa violenta jornada hoy ya no son parte de la clase política, sin embargo, muchos de quienes fueron sus operadores y ejecutores se acomodaron en otras fuerzas políticas o se arriendan al mejor postor. 

La escuela está aprendida y los mapaches violentos se diseminaron en diferentes células, incluidas las del crimen organizado, en donde es mucho más difícil su contención. 

Al fenómeno de la mapachería electoral debemos sumar otros dos. El primero es la incursión del crimen organizado en la política. La infiltración de los grupos delincuenciales en muchos municipios como los que están ubicados en el Triángulo Rojo, ha rebasado a las autoridades. Esos grupos pelean la plaza para lograr el control del huachicol, por lo que su mano pesa y vale en la selección de candidatos al igual que en las votaciones. 

Sería iluso pensar que quienes se hacen millonarios a costa del robo de gas y combustible no estén preocupados por quiénes serán los próximos presidentes municipales. 

El tercer factor que se combina en este peligroso cóctel es la polarización que cada mañana nos receta YSQ desde Palacio Nacional. No hay día en que el presidente Andrés Manuel López Obrador olvide su discurso y deje de enfrentar a chairos contra fifis, a ricos contra pobres o al pueblo bueno con la realidad.

La suma de estos tres factores da como resultado un verdadero polvorín que se adereza con dos ingredientes locales: la nula operación cicatriz que realizó Morena ante la opaca designación de candidaturas y, como lo dije al inicio, la violenta escuela de “si no gano, arrebato”, que nos heredaron. 

Ante este escenario, no hay fuerzas policiacas, municipales, estatales o federales que puedan cubrir todos los focos rojos de Puebla y el tema de la violencia contra los casi 3 mil candidatos poblanos se escapa de las manos de los gobiernos, partidos y ciudadanos comunes.

La estrategia de AMLO

Ahora que las campañas electorales entran en su última fase y ante las encuestas que colocan a Morena sin la ventaja que tenía hace unos meses, pareciera que desde Palacio Nacional se diseña una estrategia tan incoherente como el mismo Andrés Manuel López Obrador.

Los discursos de AMLO lejos de llamar al voto, de pedirle a los ciudadanos que razonen su decisión y asistan a las casillas para cumplir con su deber cívico, invitan a todo lo contrario: quedarse en casa. 

La idea de inhibir el voto no sorprende. Históricamente, en las elecciones en donde el ganador ha sido el abstencionismo, el partido en el poder ha resultado vencedor. Sólo se ha logrado la alternancia en las elecciones donde la votación supera al 50 por ciento de los electores, es decir, donde sí hacemos valer nuestro derecho a votar. 

Por descabellado que parezca, hay claras señales de que la violencia preelectoral puede tener como fin la inhibición del voto.

Así que ya lo sabe, si usted quiere que las cosas continúen como están, con el austericidio, la opacidad y los “otros datos”, simplemente quédese en casa y espere a que las estructuras y los beneficiarios de los programas sociales hagan lo suyo. 

Si por el contrario, usted está harto de las puntadas palaciegas que están destruyendo al país, si piensa que la pandemia se manejo políticamente, que las vacunas se distribuyeron de manera electorera, que los políticos deben responder por las acusaciones de abuso sexual a menores y que la tragedia del Metro de la Ciudad de México -y sus 30 muertos-, son cosas que deben terminarse, ya sabe, el camino es ir a votar.

No hay más. La inacción implica soplarse una legislatura más al servicio del tlatoani de Palacio Nacional.

Usted decide.