Toma mi mano, le dije, me miró y su mirada me trasladó a mi más tierna infancia. Sus ojos reflejaban la desconfianza de alguien que había sido engañado miles de veces. -Confía en mí, le dije-. No, no puedo confiar en nadie, me respondió. - ¿Porqué?, Por qué no confío en mí. Su respuesta me dejó helado: Efectivamente, ¿cómo puedes confiar en alguien si no confías en ti mismo; ¿cómo podrás amar si no te amas a ti mismo o como comprender a quienes te rodean si no te comprendes tú?

Al fin, después de un buen rato, me permitió acercarme y cortar la rama que atoraba su collar manteniéndolo inmóvil. Sé sacudió y me ladró como diciéndome, gracias. Su mirada había cambiado, sus ojos reflejaban una alegría casi humana. Ladró una vez más y moviendo la cola se alejó entre las nubes hasta perderse de mi vista.

Cuando desperté, me di cuenta que mi corazón latía a un ritmo diferente, latía como si quisiera saliese de mi pecho dando saltos de alegría, como cuando alguien a quien amas mucho te dijese: aquí estoy contigo, siempre, siempre sosteniendo tu mano para llegar juntos allá, ahí, donde tus sueños se convierten en realidad de vida.

El mensaje de mi sueño no lo he olvidado porque me recuerda que, es imposible amar si no se ama a uno mismo, y para amarme tengo que comprenderme, perdonarme y perdonar.

Quítate ya el collar de los rencores que te atan a al pasado.