Los estragos del COVID dejarán una cicatriz generacional difícil de dimensionar. Aun así, las dolorosas muertes, las pausas económicas y las nuevas dinámicas sociales comienzan a mostrar ya los efectos a mediano plazo.

Desempleo, caída de salarios, contracción económica e inflación galopante son palpables desde el día uno de la pandemia y fueron por todos anticipados. Lo que pudiera derivar de ellos eran especulaciones e hipótesis.

El Centro Latinoamericano para el Desarrollo Rural (RIMISP) presentó los resultados de la Encuesta de Seguridad Alimentaria y Alimentación México 2021. Los diagnósticos son tan desoladores como lógicos, y pegan especialmente a cercanos, esto al haber realizado los estudios específicamente en Puebla y Tabasco.

Siete de cada diez familias tuvieron un familiar que se quedó sin trabajo, y más de la mitad de los hogares recibieron menos ingresos comparados a antes de la pandemia. Carne y pescado fueron lo primero en salir de las dietas.

1 de cada 3 poblanos no tiene posibilidad de obtener alimentos nutritivos y llega a saltarse jornadas o hasta días completos de comer. La pandemia no es la única culpable, el número anterior era 1 de cada 4, pero el incremento es alarmante.

La presentación de resultados tuvo lugar en las oficinas estatales de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER), donde el cinismo florece más que cualquier cultivo que apoyen.

Mencionar que estos resultados serán un importante punto de partida para definir políticas públicas y apoyos específicos debería de levantar el enojo público ante la desgracia de la secretaría en Puebla, pero la mediocridad se ha instalado en SADER al punto que ya ni eso nos sorprende.

Lamentablemente la culpa no es únicamente de las autoridades agropecuarias. Las despensas gubernamentales, dígase DIF, Bienestar o lo que conozca, son una de las peores políticas públicas en el largo plazo.

Bombardear localidades con productos hiperprocesados, alejados completamente de su idiosincrasia nutricional, destruyen las cadenas de valor locales. Llegan a consumir vorazmente paladares y gustos para estimularlos enfermizamente con azúcares, sales y demás aditivos imposibles de replicar.

La culpa, por supuesto, tampoco puede ser redirigida a los consumidores. Sí, ellos deben de contribuir tomando decisiones educadas e informadas de lo que comen, pero más cornadas da el hambre.

Flujos que desangran a la entidad financieramente comprando alimentos basura a multinacionales, abarroteros y demás eslabones perversos del actual sistema de alimentación para los más desfavorecidos de este país. Con su pan se lo coman.

Lozoya y sus mujeres agroindustriales

Sin duda el principal show político de temporada tiene por apellido Lozoya Austin. La prisión preventiva fue solo el primer acto de una novela de final reservado.

La célebre cena de pato de Lozoya en el Hunan fue innegablemente un catalizador social para exigir la acción de la Fiscalía, aunque algunos detalles como los acompañantes pasaron desapercibidos.

Doris Beckmann Legorreta es una de las herederas del emporio Casa Cuervo y poseedora de una riqueza valuada en varias decenas de miles de millones de pesos. En los trascendidos del corazón se menciona que Lozoya y Beckmann hubieran retomando una relación de antaño; y es que esto va de acuerdo con el perfil de Lozoya Austin.

Todavía casado con Marielle Helene Eckes, pero en proceso de divorcio y llevando las causas judiciales aparte, los negocios agroindustriales se le acomodan. La señora Marielle, presuntamente oculta en Alemania, pertenece a la familia propietaria del Grupo Eckes-Granini Deutschland, líder en producción y venta de jugos de frutas procesados en Europa bajo decenas de marcas.

Gracias a Lozoya, y los choques ideológicos con la actual administración, México perdió toda posibilidad de tener una industria de fertilizantes y condenó al campo a los actuales azotes inflacionarios. Arruinar a las hijas herederas de dos emporios agroindustriales globales parece hasta menor.