Recientemente se estrenó en Netflix la miniserie documental Duda Razonable, una desgarradora e indignante visión de nuestro sistema de justicia penal.

El abogado y realizador Roberto Hernández vuelve a documentar lo podrido, injusto y disfuncional que es un juicio en México. Ya lo hizo en 2008 con Presunto Culpable, la historia de José Antonio Zúñiga, acusado injustamente de homicidio.

Esta es la historia de cuatro hombres, Héctor Muñoz, Gonzalo García, Juan Luis López y Darwin Morales, quienes son acusados de secuestro e intento de secuestro sin mayor prueba ni evidencia que las torcidas ganas de la policía, los ministerios públicos, los fiscales, los jueces y un par de víctimas confundidas, presionadas e incapaces, una de ellas, de aceptar que están equivocados.

La miniserie reconstruye desde el momento de su detención en junio de 2015 y los acompaña durante poco más de cinco años. Narrada a través de entrevistas, reconstrucciones de hechos y la grabación de momentos vitales del proceso, es a cada minuto más estremecedora, triste, sorprendente, aterradora y francamente encabronante.

Nos muestra la tortura como el método más utilizado y “eficiente” de investigación criminal. El absoluto menosprecio de quienes se supone que imparten justicia por las leyes, los reglamentos, los procesos. El calvario, desgaste y algunos casos de los familiares faltos de recursos de todos tipos para poder enfrentar una situación así.

Hemos visto a lo largo del tiempo muchas películas o series sobre injusticia penal, algunas ficciones como Sacco y Vanzetti (Giuliano Montaldi ,1971) y Así nos ven (Ava DuVernay, 2019) y otros muchos documentales sobre procesos fallidos, presos inocentes y racismo rampante como Making a murderer (Moira Demos y Laura Ricciardi, 2015-2018). No es un tema exclusivo de México, ayer se publicó la noticia de la liberación de Kevin Strickland, un hombre de color encarcelado injustamente durante 43 años en Estados Unidos.

Sin embargo, verlo suceder en México, en nuestro entorno lo vuelve mucho más crudo, más cercano y por lo mismo mucho más aterrador.

Lo podrido e ineficiente de nuestro sistema penal no es ninguna sorpresa para nadie, ya hemos visto otros ejemplos como el documental, también de Netflix, Las Tres muertes de Marisela Escobedo (Carlos Pérez Osorio, 2020) o conocemos casos cercanos o peor aún, lo hemos vivido en carne propia.

Un sistema donde el acusado y su defensa deben probar su inocencia y no los fiscales la culpabilidad, tal como según la ley debe de ser. Donde no les importa fabricar pruebas, presentar testigos muy dudosos e ignorar testigos y pruebas con sustento.

Tenemos la opción de voltear la mirada y hacer como si no existiera, como si no sucediera nada, como si no tuviera nada que ver con nosotros. Pero también no podemos olvidar que todos estamos a expuestos a este sistema y que todos podemos ser víctimas de él.

Héctor Muñoz, Gonzalo García, Juan Luis López y Darwin Morales han tenido la oportunidad de que su caso sea dado a la luz pública y miles o millones de personas lo conozcamos, y quizá, solo quizá, eso ayude a que se haga justicia. Pero existen otras muchas víctimas, muchas más que no tienen ese oportunidad y viven encerrados de manera, por decir lo menos, irregular.

Solo basta leer un poco y enterarse de cómo trabaja el fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero, para entonces sentir cómo se nos ponen los pelos de punta.