Tuve la oportunidad de visitar la Peña Taurina "El Toreo" de Monterrey. El recinto está lleno de tesoros: pinturas, vitrales, carteles, fotografías, libros y cabezas de toro.

Las joyas que cuelgan de las paredes atestiguan tertulias que, románticos aficionados a los toros, sostienen todos los jueves desde el año de 1963.

Al centro del local hay una gran foto de Lorenzo Garza. Es imposible no estremecerse ante la personalidad de "El Ave de las Tempestades". Y ahora que estamos en época de renovación de la Fiesta en México, y que surgen interesantes jóvenes toreros, vale la pena recomendarles que vean fotografías de Lorenzo Garza.

El escritor español Néstor Lujan en su "Historia del Toreo" habla de los renovadores de la tauromaquia. Un grupo de innovadores que provocaron un punto de inflexión. Luján se refiere a Juan Belmonte, Chicuelo, Antonio Márquez, Domingo Ortega, Victoriano de la Serna y Lorenzo Garza.

Dentro de las innovaciones del maestro de Monterrey están los muletazos con una rodilla en tierra, torear mirando al público, el haber revivido el pase "del Centenario", sus personalísimos naturales, pero, sobre todo, el desarrollo de un concepto que se fue imponiendo en otros diestros, a tal grado que –como lo explica Alejandro Arredondo en el libro "Lorenzo Garza, El ave de las tempestades"– se acuñó la frase de "agarzarse o morir".

Para estar vigentes, sus contemporáneos tenían que torear como Lorenzo Garza, se dice que hasta Manolete cuando alternó con él, toreó al natural "agarzado".

Lorenzo Garza fue dueño de una arrolladora personalidad y siempre luchó para vencer la adversidad. Fue un niño humilde, trabajó de mensajero, minero, marinero y boxeador. Se hizo torero para huir de la pobreza y comprarle una casa a su madre.

Causó sensación desde su presentación en "El Toreo" de la Condesa, el 3 de mayo de 1931, con novillos de La Punta.

Benjamín González, en un artículo publicado en el Semanario Guía (03-07-2010) cuenta una anécdota que describe la personalidad y la ambición del entonces joven novillero.

Después de salir a hombros en la tarde de su presentación en la capital de la República Mexicana, se enfermó.

Ante la demanda del público para que lo repitieran al domingo siguiente, la empresa mandó varios médicos a que lo auscultaran. Les extrañaba que el regiomontano no mejorara y siguiera en cama.

Había un contrato con media docena de festejos más, pero con el mismo salario que era de 25 pesos por tarde.

El empresario acudió a verlo y le espetó: "¿Con cuánto te alivias muchacho?". "Con 900 pesos", contestó Lorenzo. Regresó a Monterrey, después de su última novillada y le dio a su madre cinco mil pesos. Entonces, se fue a España a la conquista de fama y gloria.

Se consolidó como un ídolo del público de Madrid. De novillero, en la vieja plaza de la carretera de Aragón, actuó en siete festejos en los que cortó ocho orejas y salió cuatro veces en hombros.

Confirmó la alternativa en la recién inaugurada plaza de Las Ventas, el 14 de abril de 1935, teniendo a Chicuelo como padrino y a Cagancho como testigo, con toros de Ramón Ortega. En la temporada de 1935, en la plaza de Las Ventas, cortó seis orejas y un rabo.

Lorenzo Garza asimiló la estética y la colocación del toreo de Belmonte, pero ligó en redondo como lo había logrado Chicuelo. Esto emocionó a los públicos y su  pase natural se convirtió en un nuevo clásico.

Hoy que la mayoría torea igual y que se limitan a copiar lo que ven en España, quizá esos chavales mexicanos que desean abrirse paso pueden encontrar en Lorenzo Garza un modelo para innovar y refrescar la Fiesta.