Una de las cantaletas presidenciales preferidas es que los empresarios españoles nos están saqueando. Cierto, hace referencia, por su trauma energético tabasqueño, a Iberdrola, Naturgy, Repsol y Siemens Gamesa, pero la mentada embarra a casi seis mil empresas ibéricas en nuestro país.
Siguiendo la borregada sería inercialmente sencillo criticar con rancios chauvinismos la llegada de inversión española y su intención de detonar la cadena porcícola en Puebla. Discurso sobra, Hernán Cortés fue el primer porcícola del país, amén de atribuírsele el primer taco de carnitas en la celebración de conquista de Tenochtitlán.
El anuncio, con el gobernador y escoltado entre las secretarias de Economía y Desarrollo Rural, fue dado en conjunto por los inversores, Vall Companys, española, y Loto Hermanos, poblana.
La primera, por lejanía, merece introducción como una de las principales agroalimentarias europeas, con relevantes inversiones en cerdos, alimento para ganado y transformación cárnica. Mientras, la segunda, solo necesita su nombre comercial, RYC; sin olvidar que ya no es poblana tras venderse a Bachoco a finales del año pasado.
Su planteamiento es sencillo: invertir para consolidar la cadena en un sistema probado 60 años en España. Este modelo vertical involucra pequeños productores con la entrega del lechón, pasando por capacitación para atenderlos y formación para sembrar los cultivos que los alimentarán.
¿Si es tan exitoso… por qué no lo agrandan en España? Pues porque el negocio está condenado a desaparecer en Europa.
De inicio, la ficción de que Puebla proveerá con maíz y sorgo el alimento de las piaras. Es una deglución difícil, pero no tenemos geografía, ventaja competitiva o contexto para atender esa necesidad; ni para la industria avícola damos anchos. ¿Por? Pues los animales no comen lo que sembramos, nuestra legislación sin maíz no hay país, ahorca cualquier posibilidad de maíz forrajero y el sorgo representa una ínfima parte de su dieta.
¿Y entonces qué comen allá? Soya, un resto de ella. ¿De dónde? Brasil. ¿Y luego?
Pues la Unión Europea, Francia, especialmente; no ratificará el tratado Mercosur-UE, que permite importación barata de soya, por la enorme deforestación que ha impulsado el presidente brasileño Jair Bolsonaro para estimular ese crecimiento; lo que, efectivamente, dispararía el mayor costo de la industria, el alimento.
Además, y desde casa, a este modelo le ha cantado sus días el ministro de Consumo, Alberto Garzón, al admitir que “contaminan suelo, agua, y luego exportan carne de mala calidad de animales maltratados".
El impacto medioambiental es incuestionable. Vall Companys ha logrado, casi sola, convertir a Cataluña en la región más contaminada de amoniaco en toda España, al mismo tiempo de emponzoñar la mitad de sus mantos freáticos con estiércoles.
La integración vertical de la porcicultura es una malísima idea al proletizar a ganaderos y arrebatarles medios y decisiones de producción.
Esta idea trata de montarse en el Clúster Agroindustrial, liderado por Francisco Álvarez Laso, dueño del Agroparque Esperanza, especializado en manzanas y derivados, aduciendo éxito social similar; solo quien no conozca el municipio lo ve así. No es la nacionalidad, pero la malicia al hacer negocios, hay que entenderlo.
¿Qué sigue para Juan. C. Bonilla?
Obedeciendo una resolución federal de un juez de control, dos centenas de elementos de Guardia Nacional y Policía Estatal liberaron la planta Bonafont que había sido tomada hace casi un año por “los pueblos Unidos de la Región Cholulteca”.
Lamentablemente, la falta de tamaños de Gobernación, federal y estatal, permitieron que Bonafont, como chivo expiatorio de la crisis hídrica, se instalara en la influenciable narrativa local, lo que augura todavía capítulos largos y amargos en esta historia. Esperemos la respuesta de las partes en días a venir.