La semana pasada, después de leer el artículo en donde escribí sobre la afición tapatía y su plaza, me interpeló una aficionada. Espetó que no estaba de acuerdo conmigo: "La Nuevo Progreso está llena de villamelones", me dijo.

Se quejó que quienes van a las corridas en Guadalajara piden indultos a toros mansos, aplauden en el arrastre a toros descastados, ovacionan al picador cuando no pica, solicitan música sin importar los méritos de la faena y no sé de cuántas cosas más.

Me acordé de una aficionado en Madrid que estaba en contra de las plazas monumentales. Este señor decía que los toros deberían ser un espectáculo elitista al que la gente fuera vestida con suprema elegancia (casi desmoking) y en donde se aplicara un examen de conocimientos antes de entrar a la plaza, para así evitar comportamientos inadecuados.

Según lo explica Adriana Estefanía Sierra Romero en la tesis "La tauromaquia y el mito de llegar a ser figura del toreo. Caso Manuel Rodríguez Manolete", que publicó la Universidad Autónoma del Estado de México en 2015, villamelones son los aficionados que buscan estatus. "Aquellos que no tienen ni la más mínima idea de lo que ocurre dentro de la corrida de toros".

El diccionario Oxford dice que "villamelón" es un vocablo coloquial mexicano que define de la siguiente forma: "Profano que habla con aire de suficiencia de lo que no entiende, especialmente el aficionado a los toros".

Como lo explica un artículo publicado en "Algarabía" en enero del 2022, el término empezó a usarse en España a principios del siglo XIX.

A los tontos se les decía "melones", por lo que cuando alguien opinaba de lo que desconocía y lo hacía con tono de experto, se comentaba "este ha de venir de la villa de los melones", lo que fue derivando a pueblo de "Villamelón".

En la edición de la revista "La Lidia" del 18 de octubre 1886, Antonio Peña y Goni "Don Jerónimo", escribió sobre este mítico poblado de Villamelón: "Hay en España un pueblo verdaderamente notable, cuyos habitantes forman, a manera de los bohemios, tribus nómadas que se desparraman por toda la Tierra…". Y explica que  "el rasgo característico de los de Villamelón, es querer hablar de todo y entender todo, sin haber estudiado nada".

El periódico mexicano "La Sombra de Pepe Hillo" reprodujo el artículo de Don Jerónimo en la edición del 30 de enero de 1887. De ahí se popularizó el término que pasó al teatro, al cine, al futbol y a otros pasatiempos.

Para que subsistan las corridas de toros, el espectáculo tiene que ser rentable. Se necesita que asistan a las plazas el mayor número de gente. Nadie nace sabiendo... y es difícil aprender de toros.

Ximena Rivas "Taurinísima" me explicaba las dificultades que pasó para adquirir conocimientos básicos del toreo y, con frecuencia, denuncia en sus redes sociales como algunos aficionados maltratan a aquellos que hacen preguntas.

Pareciera que los que se dicen conocedores sólo quieren dialogar con pares que estén a su mismo nivel, denostando a los demás.

Pero la tauromaquia requiere iniciación. Los aficionados más experimentados deben explicar el rito y lo que sucede en el ruedo.

Lejos de denostar o quejarse de los villamelones, habría que agradecerles que estén en la plaza y que manifiesten sus emociones.

La tecnología podría ser una forma de involucrar y enseñar a los que van a una plaza. Propongo desarrollar una app en donde se invite a los asistentes a apreciar las características del toro. Incluso a que evalúen, por ejemplo, acometividad, fijeza, humillación. Y luego al torero: valentía, temple, ligazón, arte, etc.

Estas evaluaciones servirían para conceder premios e, incluso, pagos variables a ganaderos y toreros. Pero, sobre todo, ayudaría a que el público se fije en algunas variables que lo hagan profundizar en sus gusto y apreciar las sutilezas del toreo.

En lugar de quejarnos de que asistan villamelones, mi invitación es a que busquemos mecanismos para que quienes gustamos de la tauromaquia aprendamos, profundicemos y, de esta forma, disfrutemos más lo que acontece en la plaza.