Nuestros cuerpos orgánicos, hechos de fluidos y tejidos, son susceptibles a las limitaciones propias de la carne. Históricamente los avances se han hecho sobre los componentes más superficiales, de las maneras más rudimentarias, y en sus conexiones más físicas, por ejemplo, las prótesis. Existen casos de mayor complejidad como los implantes auditivos, que dan la capacidad de recuperar en cierto grado un sentido, o los marcapasos, que nos permiten realizar la muy necesaria función de mantener nuestros corazones trabajando.

Hay sin duda barreras biológicas y mecánicas, pero el principal obstáculo es el flujo de información, que es un problema matemático. Nuestro cerebro representa un todavía infranqueable muro para la humanidad y lograr una simbiosis con las máquinas.

Nuestros sentidos, conectados por el sistema nervioso, tienen transmisiones de información en extraordinarias magnitudes, más de 12 millones de señales, o bits, por segundo. El sentido del gusto transmite el orden de mil señales por segundo, mientras que el sonido y el olfato cada uno suben hasta 100 mil. La piel y todas sus terminales nerviosas están una magnitud arriba, llegando al millón por segundo, mientras, los ojos procesan 10 millones en el mismo periodo de tiempo.

Esta capacidad del cerebro de procesar, sin embargo y contradictoriamente, no es la capacidad que tenemos para pensar conscientemente. Los 12 millones de señales por segundo se reducen a un promedio de unas 50, disminuyendo nuestra habilidad de transmitir de niveles de uno de los primeros módems inalámbricos a lo que puede moverse vía un telégrafo.

Nuestras limitaciones para razonar no solamente se encuentran al interior de nuestra cabeza, son notorias en cómo nos comunicamos. A través de nuestras cilíndricas herramientas cárnicas, los dedos, apenas podemos expresar 10 bits por segundo en un celular, llegando optimistamente y con el uso de software a 100. Las computadoras modernas se comunican entre ellas con ese número y nueve ceros antecediéndole.

Sin duda habrá escuchado el equivocado adagio que el humano solo utiliza el 10% de su cerebro, y aunque es falso a nivel biológico, el trepidante mundo de información que hemos creado nos acerca a creerlo cierto. La humanidad ha generado información que rebasa la magnitud de los veintiún ceros, lo que ha llevado a esta generación a quintuplicar su consumo de datos al equivalente de 174 periódicos al día. Por algo nos cuesta trabajo prestar atención.

La curiosidad humana ha buscado ampliar su capacidad cerebral desde siempre, aún antes de cuantificar nuestras limitaciones. En algún momento con ejercicios de gimnasia mental, en otros con fármacos, o hasta con la aplicación de choques eléctricos. Hoy en día lo buscamos a través de una interfaz que permita a nuestros cerebros aprovechar los procesadores digitales para mejorar nuestras computadoras orgánicas.

Este año veremos en Estados Unidos, si obtiene el permiso, a la compañía Neuralink colocar un avanzado implante que permitiría la comunicación e interacción entre cerebro y procesador. La compañía del visionario sudafricano Elon Musk estaría dando un importante paso para consolidar una naciente área del conocimiento, aunque la tecnología lleva varios años entre nosotros.

En 2020, en Alemania, un grupo de ingenieros biomédicos logró implantar sensores en un hombre que había perdido toda capacidad motora, incluida la de sus globos oculares. No obstante, su cerebro seguía mandando señales de las letras que miraba en un teclado, lo que derivó en un mensaje que cambió al mundo: el señor quería para la comida sopa de papa y mortadela con curry.

Una vela de consciencia en un mar de infinita oscuridad y vacío, pero por más que queramos olvidar somos lo que somos, hambrientos primates lampiños con instintos básicos y, eso sí, una fantástica curiosidad.