Si bien lo hemos escrito, en ocasiones el triatlón pareciera una práctica solitaria, donde el competidor siente la soledad en la bicicleta, principalmente, por la cantidad de kilómetros que se llegan a recorrer, habiendo espacios en los que sólo el ruido del viento es el que se escucha, y el único compañero que se tiene es el propio competidor. También he reconocido una fraternidad no reconocida.
Así, quince días después de haber realizado mi mejor tiempo en un triatlón olímpico en Veracruz, en 1996, tuve la oportunidad de que algunos de mis amigos me invitaran a participar en el de San Gil en Querétaro, que era uno tipo sprint el sábado, y otro corto el domingo.
Pude participar, apenas con quince días de diferencia, en dos competencias consecutivas, en cuestión de horas, lo cual también me permitió darme cuenta que los años de esfuerzo, cerca de diez, estaban dando frutos, y percatarme que ya estaba en el grupo de competidores reconocidos a nivel nacional.
Ese mes de julio de 1996, veo que, gracias a los amigos, Elsa Peregrina, Walter Diner, Alfonso Sobero y Javier Ramírez, con los que nadas, con quienes vas a rodar, con quienes corres, en una palabra, con quienes haces triatlón, puedes participar de manera activa.
Es una fraternidad no formal que está presente, donde la comunicación es importante, ya que son sus integrantes quienes informan de los eventos, y motivan para que uno participe, que se sienta la adrenalina de la competencia.
Se trata de un compañerismo donde se invita, y el gusto de escuchar “viene un triatlón, tenemos que estar presentes, no podemos fallar”. Ahí es donde te das cuenta que esa soledad inicial que sientes en las primeras competencias, y que incluso te llevaron a abandonar el reto, no es tal, sino que ya tienes compañeros que son los demás competidores.
Son los colegas del deporte, ellos que un día, al igual que quien esto escribe pensó convertirse en un Iron Man; los que han pensado que los límites se los pone uno, pero además el romperlos, el demostrar que uno puede más, los que buscan más allá de una medalla metálica.
Y son los triatletas con quienes ahora intercambio experiencias, y me entero de los problemas que tuvieron para competir, pues algunos de ellos carecían de espacios para entrenar, de dinero para pagar el pasaje y poder llegar a una competencia; los que tuvieron que dormir en su auto para ahorrarse lo del hotel, pero, sobre todo, tenían en mente algo, cumplir un reto, llegar a la meta y sentirse orgullosos de ellos mismos.