Los ataques a la fiesta brava no son nuevos. Se han intentado proscribir las corridas de toros desde épocas de Alfonso X "el Sabio" (1221-1284) cuando se discutía sobre la honra y la deshonra legal.
Después han sido cuestionadas por la moralidad imperante, en debates entre el bien y el mal, por la amenaza de excomunión, la rivalidad de la civilización contra la barbarie, la defensa de los animales, denuncias de crueldad y, en nuestros días, la imposición de una nueva ideología que condena los valores antropocéntricos.
Entre 1567 y 1596 los papas prohibieron cinco veces los espectáculos taurinos. Esto provocó discrepancias de interpretación entre España y México, aunque en la práctica las bulas nunca tuvieron efecto.
La doctora en historia María del Carmen Vázquez Mantecón afirma que “las corridas de toros en México sobrevivieron airosas bulas, discursos, decretos, órdenes y desdenes, manteniendo viva la costumbre en el transcurso del siglo XIX” ("¡ Toros sí!,¡ Toros no! del tiempo cuando Benito Juárez prohibió las corridas de toros." Historia Mexicana (2013): 171-203).
La prohibición que ha durado más tiempo en México la llevó a cabo Benito Juárez en un decreto que firmó el 28 de noviembre de 1867 y que se mantuvo vigente 19 años.
Fue Ignacio Manuel Altamirano el político liberal que inició con los ataques a los toros. En una breve nota publicada el 16 de septiembre de 1867 en el periódico "El Correo de México" dijo "no más toros".
Afirmó que las corridas eran "escenas del tiempo del retroceso y de los virreyes". Apeló a la civilización utilizando una serie de aforismos: "¡No más sangre!"; "¡Tinta en vez de sangre!"; "¡Ilustración y no barbarie!"; "¡Educación al pueblo!"; "¡Diversiones que hablen a su inteligencia y no a sus sentidos!"; "¡Periódicos en vez de banderillas!"; "¡Moralizar en vez de corromper!"; "¡El teatro por los toros!".
Ya antes Melchor Ocampo, otro de los ideólogos de Juárez, había pedido a los Estados Unidos que trajeran a los "incultos mexicanos" actividades que permitieran la “civilización, libertad o progreso” para que México siguiera la marcha de ciudades europeas.
El decreto de prohibición de espectáculos taurinos emitido por Benito Juárez no se discutió en el Congreso, ni tuvo mucha difusión en medios de comunicación.
El doctor Marco Antonio Ramírez Villalón, en el libro "Los toros: 500 años prohibición y defensa", argumenta que la proscripción fue una vendetta de Juárez producto de la afición taurina del emperador Maximiliano.
Benito Juárez había intentado borrar todo lo que sonara a Maximiliano. El Paseo del Emperador, se convirtió en el Paseo de la Reforma, se eliminó su imagen en las monedas y en parque o plazas su busto fue reemplazado por una balanza que representaba la justicia.
La doctora Vázquez Mantecón explica que Juárez intentaba ganar reconocimiento internacional y limpiar su imagen después del asesinato a Maximiliano.
La prohibición de los toros era un intento por obtener aprobación del exterior como un gobernante interesado en la moralidad y la educación del pueblo.
Juárez aspiraba convertir a la ciudad de México en una capital europea. Para él, las plazas de toros simbolizaban los restos de la barbarie.
En seis estados de la República se promulgó un decreto similar, pero no tuvo efecto y a la postre terminó por anularse. Sólo se mantuvo en la capital.
El 17 de diciembre 1886 el Congreso, después de haber recogido 81 votos a favor y 47 en contra, derogó el decreto.
Los 19 años de prohibición en la capital no afectaron ni la actividad taurina en el resto del país, ni la evolución de la tauromaquia mexicana.
En esos años surgió el primer gran torero profesional mexicano e ídolo de la afición: Ponciano Díaz, quien se vistió de luces por primera vez en enero de 1877 (en plena prohibición).
El torero de Atenco tomó la alternativa en Madrid el 17 de octubre de 1889, cuando las corridas de toros eran ya legales en la capital mexicana.
Hay interesantes paralelismos entre lo sucedido en 1867 y lo que pasa en la actualidad en la capital de la República. Los juaristas intentaban acabar con las tradiciones mexicanas importando costumbre del norte de Europa y solicitando a los Estados Unidos que les ayudara a "civilizar" a los "incultos mexicanos".
Ahora son los abolicionistas los que pretenden imponer una moral urbanita anglosajona. Políticos como Ignacio Manuel Altamirano, que no habían dudado en usar la espada para matar a sus compatriotas, buscaban tapar los asesinatos argumentando que ver la sangre de un toro era una barbarie.
En el 2022 que se promedian más de 80 homicidios dolosos diarios en México, algunos jueces y diputados de la CDMX se preocupan más por evitar que 66 toros mueran al año en la Plaza México.
Como en el siglo XIX, estamos seguros que la tauromaquia mexicana no sólo sobrevivirá airosa, sino saldrá fortalecida de estos ataques en espera de una nueva figura que hoy se germina en novilleros como Arturo Gilio, Isaac Fonseca o Rubén Núñez. ¡Qué Dios reparta suerte!