Han pasado casi veinte años de haber llegado a Nueva Zelanda, un lugar de contrastes, y gran organización donde logré probarme yo mismo que no me podía fallar, entonces recuerdo se estas frías aguas del Lago Taupo, donde está la magia, nadas y corres hacia la zona de transición que es relativamente lejos, pero vas con tu traje de neopreno que puedes ir quitándotelo en el camino, y una de las características de Ironmán de Nueva Zelanda, es que se cuenta con mil quinientos voluntarios, y algunos están en la primera zona de transición donde ayudan a quitarte ese traje ya molesto en la superficie.
Es tal la organización que sólo hay que ver a esos hombres y mujeres con uniforme, hacerles una seña y sentarte en el piso frente a ellos para que te quiten ese traje que se pega al cuerpo, y son de gran apoyo para los competidores.
Ese Ironmán en su organización permite que ellos te hagan entrega de la bolsa con las cosas que necesitas para poderte subir a la bici, independientemente de las que ya dejaste en la bicicleta.
Antes de salir de esa zona, hay unos peroles gigantes de bloqueador y se meten las dos manos y lo embarran en la espalda, pero es que en ese lugar es donde está el hoyo de la capa de ozono, y las posibilidades de que el sol te pueda hacer algún daño, es superior.
Ya después de ello comienzas a pedalear y para quienes no les gustan las subidas, pues inicia con una pequeña, y después una bajada muy prolongada, se da vuelta en “U”, u es donde comienzan los problemas del Ironmán.
Después de esa prolongada subida, llega un ligero descanso con la breve bajadas, vuelta en “U”, y es donde ya se comienza a sufrir al escalar, pero pude llegar a la cima, y posteriormente entrar a la zona de transición.
Hay que reconocer que el Ironmán de Nueva Zelanda es un triatlón muy bien organizado, con un staff numeroso, además del generoso grupo de voluntarios.
Al terminar la etapa de bicicleta hay algo parecido a un valet parking, así uno se baja de la unidad, ahí se deja en manos del voluntario, y se evita el problema de dónde dejarla.
En esta segunda zona de transición se acercan otros voluntarios con una bolsa que preparaste previamente donde están tus zapatos tenis, y las cosas que necesitas para correr, te cambias, y entregas la bolsa con tu ropa que utilizaste en el ciclismo, y esos mismos voluntarios la dejan junto a la bicicleta.
Y llega la última prueba, comienzas a correr en un circuito aproximadamente de 20 kilómetros, al que le das dos vueltas, y ya caída la noche porque la competencia inicia a las siete de la mañana, mi mente era clara, el objetivo que me fui planteando desde los once años de edad, no me podía fallar a mí, y no iba a ser el único mexicano que no iba a acabar un Ironmán.
Ya inspirado con ese pensamiento, seguí corriendo ya en la oscuridad hasta que a lo lejos comencé a ver la meta, hasta que la crucé con un tiempo de dieciséis horas seis minutos, treinta y tres segundos, sintiéndome orgulloso y con algo que poder contar años adelante, y lo puedo decir, “no me fallé”.