Tome un tanto de estaño y aplique pulsos láser hasta vaporizarlo en radiación ultravioleta. Guíe esta radiación con un juego de espejos sobre una fina loncha de silicio y comience a grabar un intrincado diseño del grosor de algunos átomos. Con esta “litografía” usted ha comenzado a producir obleas de silicio, el corazón de los microprocesadores –chips– modernos.
Las máquinas que realizan esto son cómicamente caras e inmensas. Cada una por encima de 3 mil millones de pesos y con el tamaño de un autobús. También son actores claves en todos los escenarios modernos. Geopolítica, desarrollo económico y hegemonía global.
Comenzando la guerra en Ucrania una meta de occidente fue cortar el suministro de los chips más avanzados; fundamentales para misiles y vehículos de combate de última generación. Taiwán, una isla 266 veces menor que China continental, tiene para jugar en la mesa global gracias a su empresa TSMC. La mayor y más avanzada fundición de microprocesadores del mundo.
El desarrollo económico marcha al ritmo de las innovaciones tecnológicas. De esto se dio cuenta el presidente López, pero Portillo. De ahí que, en el lejano 1980, impulsó un Plan de Fomento a la Industria Eléctrica y Computación. Este fracasó por un afán proteccionista y la coyuntura del tratado de libre comercio, que devoró las nacientes industrias nacionales.
Sin embargo, la historia se repite dos veces. La primera como gran tragedia y la segunda como miserable farsa.
A inicios del mes pasado el presidente norteamericano Biden promulgó la Ley de Semiconductores y Ciencia con objetivos claros. Impulsar la industria de los microprocesadores y disminuir la dependencia de Estados Unidos del extranjero –Asia– para este insumo.
Los incentivos son descomunales. 52 mil millones de dólares. El presupuesto de egresos para 2023 de nuestro país es tan solo ocho veces esa cantidad.
Hace pocas semanas el secretario de relaciones exteriores, Marcelo Ebrard, le llevó una fenomenal noticia al presidente López Obrador: Estados Unidos está invitando a México a compartir las mieles y desarrollar la industria conjuntamente.
La semana pasada, en el marco del Diálogo Económico de Alto Nivel con EUA, AMLO insinuó que la iniciativa podría cuajar. Condicionantes solo las podemos especular.
El botín es jugosísimo para las entidades. Jalisco lleva franca delantera teniendo un centro de diseño de la marca Intel, que recibirá 8 millones de verdes para renovarse. Puebla busca meterse al ruedo. Este no sería nuestro primer amague. Mario Marín –visionariamente– creó el programa Fomento a la Industria del Software "FISEP”, los resultados no lo respaldaron.
Hoy vemos ímpetu en la declarada aspirante política Olivia Salomón, secretaria estatal de economía. En una reciente comida con el Club Rotario Industrial destacó que el progreso de Puebla cruza por dos clústeres industriales. El afianzado automotriz y el naciente tecnológico. Seamos realistas, esta vez pidamos lo imposible.