Que los muchos jóvenes seguidores de AMLO defiendan su propuesta de Reforma Electoral, es entendible, pero que quienes lo hagan sean personas que tenían derecho a votar en la década de los ochenta, es realmente inconcebible.

Todos los que ya superamos las cinco décadas, sabemos lo que sucedía en las elecciones de esa época, donde el gobierno controlaba absolutamente todo.

Mucho se habla del fraude de 1988, cuando se le cayó el sistema a Manuel Bartlett, pero hay quienes olvidan que en Puebla se vivió el fraude de 1983 cuando de una forma descarada se le quitó el triunfo al PAN en la capital, sin que hubiera un tribunal para protestar, y quien organizaba la elección era la “todopoderosaSecretaría de Gobernación del Estado.

Llegó 1986 y Mariano Piña Olaya arrasó en la elección, pero hay quienes fueron testigos de cómo se “agotaron” las boletas en la capital, por lo que la gente que llegaba a las casillas votaba en hojas blancas.

Eran años en que desde la Presidencia de la República se dictaban las órdenes a los estados, concretamente desde la Secretaría de Gobernación cuyo titular era Manuel Bartlett Díaz, quien ya estaba inmerso en el caso del homicidio del agente de la DEA y señalado como uno de los autores intelectuales del asesinato del periodista Manuel Buendía, además en mayo de 1986 dio el golpe a la Revista Impacto que era crítica del gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado.

Una de las instituciones que actuó en complicidad con la SEGOB fue la Sedena: fueron los soldados quienes “custodiaban” los paquetes electorales, mientras en el interior se hacía la llamada alquimia electoral.

No es extraño que parte de las acciones para desmantelar los órganos autónomos de hoy esté centrada en el fortalecimiento de la Sedena y la SEGOB.

Regresando a la historia del INE, fue determinante la disidencia de Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo con la Corriente Crítica, de la que derivó la indicación de Bartlett hacia los gobernadores de aplastar a la disidencia. Fue en el Auditorio de la Reforma, donde el entonces presidente estatal del PRI, Germán Sierra Sánchez dejó en claro que no iban a pasar; de esta forma, el “demócrata” amigo de Andrés Manuel era quien manejaba una línea totalitaria en el país.

En ese entorno llegó el proceso electoral de 1988, Bartlett presidiendo la Comisión Federal Electoral, dijo, que por primera vez los mexicanos iban a tener resultados la misma noche del día de la elección.

Pese a que la ola social hacía notoria la simpatía nacional por Cuauhtémoc Cárdenas —clara oposición al candidato oficial Salinas de Gortari—, los números y las “tendenciascambiaron con la famosa caída del sistema.

Y fue así como después de muchas presiones sociales, resultó imposible mantener estas burdas prácticas antidemocráticas, por lo cual inició el proceso de ciudadanización de las autoridades electorales, creándose el Instituto Federal Electoral, hoy Instituto Nacional Electoral.

Posteriormente se creó en Puebla el Instituto Electoral del Estado, que ha costado mucho más trabajo democratizar, aunque su actual conformación brinda un más de confianza que en los años 80`s.

Así las cosas, no hay que ser sabios para entender que si Bartlett está del lado de la Reforma Electoral lopezobradorista es porque quieren volver a los tiempos en donde el sistema se caía cuando peligraban los intereses del Presidente.

Tristemente, la desmemoria política de quienes ya nos nos cocemos al primer hervor, sumada a la ignorancia de los jóvenes y conjugada con la apatía de todos, puede echar por la borda el esfuerzo histórico de miles de mexicanos que lucharon por fortalecer la institución que hoy conocemos como INE.

Ojalá y se activen las neuronas de quienes lo vivieron para que renazca la indignación que se vivía en esos tiempos, porque el riesgo de regresar el calendario político cuatro décadas es muy alto, al grado de que puede que no nos alcance la vida para recuperar lo que puede perderse en un solo día.

Si López Obrador en algo ha sido congruente, es con aquella frase iracunda que escupió la noche de su primera derrota: “Al diablo las instituciones“.