La palabra "carisma", del griego χάρισμα o khárisma, se refería a agradar o hacer favores. El significado más usado en la actualidad se lo debemos a Max Weber quien, a principios del siglo XX, describió el "carisma" como una característica de un líder para atraer o fascinar.
En el medievo el término se entendía más como un "don", tal como lo utilizó san Pablo en una carta a los corintios: "Un don que se infunde en servicio para la comunidad".
El próximo lunes 16 de enero se cumplirán tres años de la muerte de mi papá. Para él, el carisma estaba asociado a la personalidad.
A esas características seductoras, casi innatas de algunos toreros para conectar y hechizar a los públicos. Su favorito –a quien le concedía esos máximos atributos– fue Manuel Capetillo.
En la entrada de la casa había un gran cartel en el que se leía: "Se llama Manuel… y es MEXICANO!!", en donde se veía a Capeto sonriente, rodeado de flores y sobreros que el apasionado público había arrojado a sus pies.
A mi papá los ojos se le llenaban de lagrimas cuando recordaba aquellos muletazos largos que, con hondura, Capetillo le había ejecutado al toro "Tabachín" de Valparaíso. A pesar del viento –decía mi padre– había toreado con calidad y longitud. Muletazos en redondo, espectaculares, tersos y templados.
Después me hablaba "Fistol" de Zotoluca, "Avellano" de San Mateo, "Guapetón" de Coaxamlucan y no sé cuántos otros toros que había inmortalizado su torero.
Hacía énfasis en el carisma, personalidad y simpatía que hicieron de Capetillo un triunfador no sólo como matador de toros, sino como charro, actor y cantante.
Mi padre no fue el único que se había hechizado con Capeto. Para resaltar que había superado a Antonio Ordóñez, "el mejor muletero de España" el 6 de enero de 1957, Alfonso de Icaza "Ojo" lo consagró como "el mejor muletero del mundo".
Capetillo tenía un estilo heterodoxo. Fue un torero de gran dimensión que expresaba a través de la largura y lentitud de sus pases en redondo por ambos lados.
Tenía una gran estatura que compensaba con una muleta pequeña y un toreo de mano muy baja con el que lograba alentar la embestida del toro, para después prolongar el muletazo y ligarlo, retrasando la pierna contraria al cite.
El propio Capetillo explicaba la profundidad de su toreo en tres características: Primero ligar muletazos "sin pasos entre pases"; segundo, la emoción y hondura del toreo llega "después del quinto muletazo", haciendo referencia a tandas en las que encadenaba de 8 a 10 pases; tercero, "descargar la suerte", conduciendo al toro no para afuera, sino para adentro, logrando que se curve alrededor del torero.
Le llamaron también el "muletero tridimensional" por la extensión y largura que le daba a sus muletazos. Bajaba la mano y enroscaba al toro consiguiendo que disminuyera la fuerza inicial para que la embestida se volviera más lenta y así templar con una armonía que emocionaba a los públicos.
Con Capetillo se unen las dos acepciones del carisma: la de atraer y fascinar a los aficionados que, como mi papá, lo siguieron a todas las plazas de México.
Pero también el significado del "don" paulino que ayuda a singularizar, a individualizar, a personalizar las responsabilidades que cada uno tenemos con la comunidad.