La metáfora del silencio es el hilo conductor en la vigésima novela de Mario Vargas Llosa. Aparece cuando Toño Azpilcueta escucha, por única vez, a Lalo Molfino, el mejor guitarrista del Perú y quizá del mundo.

"Toño palpaba el silencio […] No, no era simplemente la destreza con que los dedos del chiclayano sacaban notas que parecían nuevas. Era algo más. Era sabiduría, concentración, maestría extrema, milagro". 

Ese silencio lo había percibido en una ocasión previa, en la Plaza de Acho viendo torear a Luis Procuna. Aquel silencio era "tan profundo, tan extático, de toda una plaza, que, sublimada y expectante, callaba, dejaba de respirar y de pensar, olvidada de todo lo que tenía en la cabeza, y, suspensa, ebria, contagiada, inmóvil, veía el milagro que tenía lugar allá abajo, donde Procuna, derrochando arte, coraje, sabiduría, repetía infinitamente esos naturales y derechazos, arrimándose cada vez más al toro, fundiéndose con él".

El mayor de los silencios es que Mario Vargas Llosa anunció que va a enmudecer y que esta será su última novela. Una obra sobre el folclor peruano. Vargas Llosa presenta una utopía: la cultura popular, en particular la música criolla, tiene la capacidad de unir al Perú. Toño Azpilcueta es un experto en criollismo y desarrolla la tesis de que el arte une consciencias y concilia sensibilidades. 

Toño piensa que el vals peruano hunde sus raíces en la mezcla de las esencias andina y española por lo que tiene la capacidad de borrar diferencias sociales, raciales y culturales. El folclor podrá armonizar a los que históricamente han estado divididos, ricos y pobre, blancos y cholos, costeños y serranos.

Es interesante que, en su despedida, Vargas Llosa desarrolle la idea de la unidad a través de las tradiciones mestizas y que en ellas incluya a la fiesta brava.

Con anterioridad el nobel peruano había criticado a otro de los grandes escritores del país, José María Arguedas, por "las ficciones del indigenismo" y había dicho que ese indigenismo de Arguedas era una "utopía arcaica". 

Una de las obras más importantes de Arguedas es "Yawar Fiesta", una novela que ilustra la tauromaquia de la sierra sur del Perú y que describe los conflictos entre razas y grupos sociales.

La visión de unidad de Toño Azpilcueta es bastante amplia, me da la impresión que incluye casi todo el folclor que hay en Perú. Tiene dos aglutinantes: el idioma español y la huachafería. La huachafo se refiere a lo recargado, a lo cursi; normalmente se describe en tono despectivo, como kitsch o de mal gusto. 

Toño Azpilcueta lo presenta como un sentimiento que predomina sobre la razón, un modo expresivo que se encuentra en las entrañas del vals criollo, una forma peruana de ver y estar en el mundo. Afirma que "la huachafería es el gran aporte de los peruanos a la cultura universal".

Muchas de las contribuciones peruanas al mundo son el producto del mestiza cultural y reflejan su folclor. Por ejemplo, el cajón, ese instrumento de percusión tan usado en el flamenco y en la música andaluza, tiene su origen en el vals criollo.  

Uno de los peruanos que más ha trascendido fue Mariano Cevallos "El Indio", quien era capaz de torear, lazar, montar a un toro, desde ahí rejonear a otro toro y darles muerte a ambos.

Alternó en Madrid en 1777 con Costillares y Pepe-Hillo. Fue inmortalizado por Francisco de Goya y Lucientes en dos estampas de su Tauromaquia.

Regresando a la novela de Vargas Llosa, es con una metáfora del silencio con la que une las dos historias que transcurren en paralelo.

La primera es sobre la vida y los avatares del malogrado guitarrista Lalo Molfino y la segunda es la historia peruana que Toño Azpilcueta va describiendo desde la Conquista y hasta el siglo XX, concentrándose en la época en que el vals peruano tuvo su mayor desarrollo. 

Cuando Lalo Molfino abandona la compañía de la cantante Cecilia Barraza, se acerca a quien era su amor platónico y le dice "le dedico mi silencio". 

Azpilcueta, quien también, en silencio, estaba enamorado de Cecilia Barraza, entendió la simbología del brindis y lo vincula con el momento en que Molfino tensó las cuerdas y se puso a tocar, enmudeciendo el recinto.

“Le dedico mi silencio” es también una defensa a la fiesta de los toros; Azpilcueta reconoce que la sociedad será cada vez más intolerante, pero relaciona la tauromaquia con la historia del Perú y con el sobrecogimiento del alma que se alcanza en la Plaza de Acho.

En artículo "la capa de Belmonte" (El País, Madrid, 2 de noviembre 2003), Vargas Llosa se había referido ya a Luis Procuna a quien lo había descrito como "torero esquizofrénico, que una tarde huía de los toros empavorecido, amarillo de espanto, arrojando la capa y zambulléndose de cabeza por las defensas si hacía falta, y a la siguiente encandilaba y enloquecía a los tendidos en un despliegue de temeridad y sabiduría con el capote y la muleta que cortaban el habla y la respiración".

Procuna tuvo grandes triunfos tanto en la Monumental de Lima, como en Acho, donde en dos tardes distintas el público hizo que le otorgaran los máximos trofeos, incluida una patas (3 de noviembre 1946 y 3 de abril 1949).

En la primera de ellas alternó con Manuel Rodríguez "Manolete" quien, impresionado por la actuación del Berrendito de San Juan, le obsequió un estoque de acero con una empuñadura de oro que mandó a hacer a la Real Fábrica de Armas de Toledo. 

En la dedicatoria, que aparece grabada junto a la ornamentación, se lee: "A Luis Procuna Montes con amistad. Manuel Rodríguez Sánchez "Manolete". En recuerdo de su tarde triunfal en la Feria de Acho. 3-11-1946".

Por esas curiosidades de la vida, cuando preparaba este artículo, buscando en mis archivos me encontré una foto de cuando Luis Procuna visitó Puebla por allá de los años setenta para asistir al ciclo de conferencias Los Toros Hablados.

Estaba con don Héctor Budar, otro representante del folclor y de la bohemia taurina, rico en aventuras y que repartió enseñanzas hasta la semana pasada que fue llamado por el Creador.

A su familia y a sus amigos los miembros del Grupo Tradiciones y Cultura, "les dedico mi silencio".