En esta semana tanto la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), como la Fiscalía General del Estado (FGE), revelaron avances sobre la investigación contra tres policías estatales que habrían participado en el secuestro de un comerciante, en Cuautlancingo.
Además del secuestro agravado, a los uniformados también se les podrían fincar responsabilidades por extorsión y amenazas.
Sin embargo, lo que llama la atención en este, como en otros casos donde quienes cometen los delitos son uniformados, es que siempre son integrantes de la “tropa” quienes terminan tras las rejas.
Sin duda los autores materiales de los delitos deben ser castigados, máxime porque visten un uniforme que deben honrar y respetar, pero es claro que estos “angelitos” no se mandan solos.
¿De verdad los superiores de estos tres policías no sospechaban de las acciones ilícitas que cometían sus subordinados?, ¿Ariel N., José Oscar N., José Luis N., actuaron por cuenta propia o atendían órdenes o recomendaciones de sus superiores?
Sea por omisión o por colusión, es claro que toda la cadena de mando de estos policías estatales, debería estar sujeta a una investigación mayor y en caso de encontrar a los responsables, que planearon el secuestro del comerciante, éstos también deberían ser investigados y detenidos.
Algo similar a lo que sucedió en julio de 2015, cuando Marco Antonio Estrada López y Tomás Mendoza Lozano, dos subalternos de Facundo Rosas, fueron detenidos por el robo de hidrocarburos (huachicol), por militares. En ese caso, a la postre, el exsecretario de Seguridad Pública de Rafael Moreno Valle tuvo que dimitir, algo que no hizo ni siquiera, tras el caso Chalchihuapan.
Regresando al caso actual, la pregunta es ¿Cuándo irán por los verdaderos “jefes” que evidentemente se encuentran enquistados en las corporaciones policiacas?
Estos “jefes” representan hoy por hoy un peligroso cáncer en las agrupaciones policiales y lejos de permitir que la corrupción se aminore, que la inseguridad merme o que la ciudadanía confíe en sus policías, continúan infectando a las policías con criminales.
Como lo dije, el problema es que se continúa atacando al último eslabón, pero no al primero que es el más dañino y ahí es donde esperaríamos que cayeran cabezas, como sucedió con el caso de Facundo Rosas.
La tarea es titánica, pero necesaria y por ello el llamado es a que desde ahora se comience con ella, para que así, algún día, realmente quienes porten el uniforme se la piensen dos veces antes de cometer abusos o delitos, escudados cobardemente en una placa o un arma oficial.