En el prólogo de "Tauromagia", el libro de Guillermo Sureda, el filósofo francés Jean Cau escribió que "amar a los toros es, cada tarde, a eso de las cinco, creer en los Reyes Magos e ir a su encuentro".

Si en un lugar se percibía esa especie de ilusión mágica era en Sevilla cuando toreaba Curro Romero.

Curro embelesó la Real Maestranza de Caballería desde su presentación como novillero en 1957.  Las crónicas dijeron que "se le durmieron los brazos", hubo quien contó hasta dieciocho lances. Como matador de toros abrió cinco veces la Puerta del Príncipe.

La primera en su segunda temporada como diestro con alternativa en 1960 y la última veinte años después el 19 de abril de 1980. Curro tenía ya 46 años y sus detractores hablaban de "agotamiento", no podían imaginar que le quedaban dos décadas más en activo.

El domingo pasado inicio la feria de abril en Sevilla con un nostálgico recuerdo de Curro Romero. Se presentó José Ruiz Muñoz, su sobrino nieto. Realizó una faena con aroma, reflejo del espejo donde se mira.

Con el capote una media al más estilo de Romero cuando estaba en vena. Brindó a Curro, a quien la plaza, puesta en pie, le tributó un emotivo homenaje.

José Ruiz Muñoz realizó una obra salpicada de gracias, elegancia y torería. Un buen toro de Fermín Bohórquez al que entendió, le dio distancia y lo toreó con ritmo, temple y buen gusto.

Concluyó la faena con ayudados por alto que hicieron recordar imágenes en blanco y negro de la primera etapa de su tío abuelo.

La dinastía inició en Camas, Sevilla con Manuel López "Tatín", picador que estuvo a las órdenes de Gaillito. Andrea, su hermana, tuvo un hijo varón de nombre Francisco, Curro, que, conquistó Sevilla.

Quizá más que "conquistar", debería decir cautivó Sevilla. Lo hizo con personalidad, quietud, temple, armonía, naturalidad y sentimiento. Según cuenta Joaquín Jesús Gordillo en el libro "Currolatría", para Curro lo importante es "lo que se ha sentido y lo que ha hecho sentir a los demás".

Su toreo se caracterizaba por el uso de un capote mínimo que manejaba con apostura y faenas de muleta breves, con mucho aroma. Naturalidad, armonía y ensoñación, alimentada por sus frecuentes baches. 

Antonio Díaz Cañabate escribió: "Todo el toreo, para que sea bueno, ha de ser lento. Lento como torea Curro Romero. Con la lentitud que se deriva de su empaque". 

Curro Romero es un mito. Esto es la idealización de un personaje con caracteres pasmosos. 

Retomo el texto de Jean Cau: "Estamos, pues, en un mundo donde lo mágico tiene, por lo menos, tanta importancia como lo lógico. Yo diría más: donde lo mágico y lo lógico se casan cada tarde cuando los clarines lanzan sus afilados sonidos y cuando los toreros, con los pulsos alborotados por el miedo inevitable, inician el paseíllo".

Esto se ilustra con el comentario de un viejo aficionado sevillano: "Tengo mi abono en la Maestranza. Cuando torea Curro, allá voy a verlo. Empieza el paseíllo. Y empiezo a contar los pasos que va dando: cincuenta y tres pasos y medio. Termina el paseíllo y me voy para mi casa. Con eso me conformo. Pero yo no podría vivir sin esos cincuenta y tres pasos y medio..."

Estoy cierto que José Ruiz Muñoz renovó esa mágica ilusión en muchos sevillanos que lo vieron el domingo pasado en la Real Maestranza.