Si partimos de la lógica de la 4T en la que las decisiones sobre las candidaturas —incluidas las de gobernador— las toma una sola persona a través de lo que diga su dedito, mientras el pueblo bueno y dócil se somete a esta voluntad divina, podemos entender que Alejandro Armenta haya tomado la decisión de presentar una iniciativa de ley para desaparecer el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI).

Me explico.

En esta guerra de las corcholatas voladoras, varias de ellas parecen haber entendido que hay dos retos que cumplir para dejar de ser corcholatas y convertirse en candidatos o candidatas: posicionamiento electoral y garantía de lealtad a YSQ.

Y en ese sentido, Alejandro Armenta sabe que el primer reto lo ha cumplido y que deberá ahora concentrarse en el segundo.

Lamentablemente, para el presidente López Obrador no le bastan las muestras de lealtad, sino que necesita pruebas de entreguismo total.

Y justo en esa disyuntiva se encuentra el senador.

Sabe perfectamente que en posicionamiento electoral ya ninguna de las corcholatas morenistas lo alcanzan ni subiéndose al cohete SpaceX de Elon Musk.

Pero también se da cuenta que la zalamería rastrera de su primo Nacho hacia el presidente lo coloca en una situación de igualdad, de cara al 2024.

Sólo esa circunstancia puede hacerme entender que Armenta haya decidido presentar una iniciativa para desaparecer el INAI.

Para nadie es un secreto que a AMLO le estorba y le incomoda el INAI, por lo que da la impresión que Armenta decidió presentar una iniciativa para que como por arte de magia lo desaparezcan.

Y para rematar, la brillante idea la quiso justificar con el chapucero argumento de que existen otras instituciones del gobierno que pueden cumplir con esa función de transparencia.

Dicen en el rancho: “no se agache tanto porque se le ven los calzones”.

Alguien de su equipo debería explicarle la función que cumplen los organismos autónomos y la importancia de la rendición de cuentas en los gobiernos que se precian de ser democráticos y transparentes.

Así las cosas, más tardó en subir la propuesta, que en tener que hacerla rollito, porque es una de las aberraciones más grandes que se recuerden en el Senado de la República.

Después de lo de ayer, Alejandro Armenta debió aprender que entre la lealtad y la lambisconería existe una línea muy delgada pero también muy peligrosa.

Habrá que seguirlo muy de cerca para saber si aprendió la lección y se agacha lo menos posible, para evitar andarlos enseñando.

Ya veremos y diremos.