La feria de San Isidro nos da la oportunidad de apreciar a la mayoría de los toreros del escalafón. Ante un público complejo, en ocasiones lleno de prejuicio, tienen que expresarse e intentar triunfar. Dado que Madrid es una plaza que exige un canon particular y una colocación muy específica, algunos toreros están tentados incluso a abandonar sus características distintivas para gustar a los entendidos madrileños.
¿Por qué unos triunfan y Madrid los catapulta a figuras del toreo y otros, a pesar de tener técnica y valor, naufragan o quedan en la intrascendencia y el olvido?
Por supuesto que la suerte juega un papel importante, porque para triunfar se tienen que combinar muchas condiciones, incluso climatológicas, además de tener un toro con transmisión. Pero la clave no está en lo externo, sino en lo que cada artista lleva por dentro.
A principios del siglo pasado Rainer María Rilke escribió una serie de carta a un joven poeta que puede servir a los toreros que intentan descubrir aquello que se requiere para trascender.
Rilke, nacido en Praga en 1875, es uno de los poetas en alemán más importantes de la historia. Heidegger lo calificó como un poeta esencial. Para el filósofo, la misión de la poesía es descubrir el sentido del ser a través del lenguaje.
Para Rainer María Rilke cada ser humano es responsable en darle contenido a su vida, y aunque no sea dueño por entero de los acontecimientos que le suceden sí lo es de la actitud con que los enfrenta y de la disposición de extraer lo mejor de cada suceso.
La primera carta la escribió en Paris el 17 de febrero de 1903. Transcribiré algunos párrafos esperando que los jóvenes toreros mexicanos vuelvan sobre las palabras de Rilke. Empieza diciéndole al joven poeta:
"Las cosas no son todas tan palpables ni tan expresables como querrían hacernos creer la mayoría de las veces; la mayor parte de los acontecimientos son indescriptibles (…) y lo más indescriptible de todo son las obras de arte, existencias misteriosas, cuyas vidas perduran junto a la nuestra, que acaba por desaparecer".
Hay un límite para la capacidad de comprensión. El toreo es inefable, por lo que prender comprender, es limitarlo. Las obras de arte, como la vida misma, se expanden cuando se experimentan. Hay otro verso de Rilke, este fechado en 1898, que complementa lo que le dijo al joven poeta:
"Tú no tienes que entender la vida,
entonces será como una fiesta.
Deja que los días te sucedan
lo mismo que a una niña que, andando,
deja que cada brisa
le prodigue innumerables flores"
Continuo con la carta:
"… lo único que puedo decirle es que sus versos no tienen un estilo propio, aunque sí son un silencioso y oculto principio de lo personal. Lo percibo con mayor claridad en el último poema, "Mi alma". En él algo propio quiere convertirse en palabra y melodía (…). A pesar de todo, los poemas no son aún nada en sí mismo, nada independiente".
Rilke le explica al poeta –y yo lo hago a los jóvenes toreros– que la verdadera originalidad surge de una expresión propia. Cada uno de nosotros somos distintos, por eso el artista debe buscar su propia independencia, su autenticidad. Y eso se alcanza solo en el interior.
Rilke prosigue:
"Pregunta usted si sus versos son buenos. Me pregunta a mí. Antes ha preguntado ya a otros. Los envía usted a revistas. Los compara con otros poemas y se pone usted nervioso cuando algunas redacciones rechazan sus intentos. Ahora bien, dado que usted me ha permitido aconsejarle, le ruego que renuncie a todo eso. Mira usted hacia fuera y eso, sobre todo, es algo que no debería hacer ahora.
Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. No hay más que un único medio. Adéntrese usted. Escrute el fundamento que para usted supone escribir, compruebe si extiende sus raíces hasta el lugar más profundo de su corazón, reconozca si se moriría usted si le prohibieran escribir. Pero, sobre todo, pregúntese en la hora más silenciosa de la noche: "Tengo que escribir?"
Excave en su interior en busca de una respuesta profunda. Y si esta fuera afirmativa, si usted pudiera enfrentarse a esta grave cuestión con un enérgico y sencillo “tengo”, entonces construya su vida en función de esa necesidad; hasta en la hora más nimia e indiferente su vida tendrá que ser señal y testimonio de ese impulso".
Después, para resaltar la importancia de la originalidad, Rilke advierte de los riesgos de copiar, de ir a los mismos temas que los demás, de caer en lugares comunes. Esto en el toreo son los mismos lances o pases que hace el torero de moda.
"Después acérquese a la naturaleza. Luego, como si fuera el primer hombre, trate de decir lo que ve y lo que experimenta, lo que ama y lo que pierde. No escriba usted poemas de amor; al principio evite esas formas que son demasiado corrientes y habituales: son las más difíciles, porque se necesita una fuerza grande y madurada para ofrecer algo propio allí donde han surgido cantidad de testimonios buenos y, en parte brillantes".
Con la metáfora de "el primer hombre" Rilke sugiere abandonar lo que sea impersonal, lo que hacen todos. Hoy diríamos ponerse de rodillas y pasarse al toro por la espalda.
Como si fuera el primer torero, el único, un artista debe liberarse de la tentación de lo genérico o de la moda. También por eso recomienda huir de los grandes demás, de lo externo y los invita a buscar lo suyo.
"Por ello refúgiese de los motivos comunes en los que le ofrece su propia vida cotidiana; describa usted sus tristezas y sus deseos, los pensamientos fugaces y la fe en algo bello…, describa usted todo eso con íntima sinceridad, callada y humilde, y, para expresarse, utilice las cosas de su entorno, las imágenes de sus sueños y los objetos de sus recuerdos. Si su vida cotidiana le parece pobre, no se queje de ella; quéjese de usted, dígase que no es usted lo bastante poeta como para conjurar sus riquezas; pues para el que crea no hay pobreza ni lugar pobre e indiferente".
Para Rilke la realidad es rica y tiene de todo. De ahí brota la creatividad de un torero. El autor de las Elegías de Duino, remata:
"Una obra de arte es buena cuando ha surgido de la necesidad. En esta forma en la que surge está su juicio: no hay otro posible. Por eso, mi apreciado señor, no sabría darle más consejo que este: meterse en sí mismo y examinar las profundidades de las que brota su vida; en su fuente encontrará la respuesta a la pregunta de si debe usted dar vida a algo.
Tómela como suena, sin interpretarla. Tal vez se demuestre que está usted llamado a ser artista. Cargue entonces con esa suerte y llévelas, su carga y su grandeza, sin preguntar nunca por la recompensa que pudiera venir de fuera. Pues el que crea debe ser un mundo para sí mismo y encontrarlo todo en sí y en la naturaleza a la que se ha adherido".
La plaza de las Ventas, a pesar de parecer intransigente, termina rindiéndose a propuestas artísticas originales, a aquellas que surgen del mundo interior del torero.
Cuando un matador es capaz de transmitir sus emociones, contagia de ellas al espectador. Ese contagio de sentimientos entre el artista y el aficionado surge a partir del escudriñamiento interior que ha realizado el torero.
Lejos de abandonar sus características personales y distintivas, a partir de la carta de Rilke al joven poeta, proponemos a los toreros jóvenes, una profundización hacia adentro, hacia ellos mismos.