Chapu Apaolaza escribió que su hijo de tres años dice ser "torero". En un artículo publicado el pasado 6 de agosto en The Objective, quien fuera vocero de la Fundación Toro de Lidia cuenta que su hijo tomó un trapo de la cocina, dijo que era su capote y lo empezó a llevar a todos lados para ejecutar lances.

El papá, que ha sido crítico taurino, se disculpa por la calidad de las verónicas: "Cómo iba a saber torear bien, si ni siquiera sabía hablar".

Chapu usa la anécdota para explicar que los toros enseñan sobre la vida y la muerte. Algunas personas esconden la muerte: "les dicen a sus hijos que el abuelito está dormido", explica Apaolaza. 

A una amiga su mamá le editaba hasta las películas de Disney. Se enteró que habían matado a la mamá de Bambi cuando, veinticinco años después, compró el video para sus hijos.

"Mi mamá nos endulzaba la vida —me contó—. En mi casa, películas como Bambi o Dumbo duraban como 15 minutos porque les quitaban todas las escenas que pudieran causar malestar".

Eso no pasa en la casa de un taurino porque la muerte está presente en el ruedo y nos ayuda a aproximarnos a la idea de lo definitivo. Al ver los juegos de su hermanito, la hija mayor le preguntó a Chapu: "Papá: el toro te mata para siempre".

La doctora Fernanda Haro también ha explicado cómo los toros son una herramienta de crianza (Instituto Juan Belmonte, 24 de febrero 2022).

Ella llevó a sus hijos a los toros cuando cumplieron cinco años. Uno se volvió aficionado y otro no. A su esposo tampoco le gusta la tauromaquia. Fernanda expone: "Vivimos la libertad, el respeto, la tolerancia diariamente 24/7". 

Fernanda enseña que no tenemos que renunciar a nuestra afición por agradar a los demás ni para que nos quieran.

Leyendo a Chapu y a Fernanda me acordé de la primera vez que llevé a mi hija a los toros. Era un festival de aficionados en "La Florecita". La vestimos de sevillana.

Uno de los actuantes era mi tío Miguel, que me había propuesto que mis hijos partieran plaza antes que los toreros. Antonio, que vestía de corto, tomó de la mano a su hermanita y, muy nervioso, aceleró el paso para evitar ser arrollado por las cuadrillas.

A  Ana Belén no le gustó la experiencia. Le resultó desagradable ver a los caballos con petos para no ser lastimados y enterarse que los novillos iban a morir.

A partir de ese día, se negaba a ir a los toros. Yo sentía que mi obligación era heredarle la afición y, obstinado, la llevaba a la fuerza. Hasta que me dio una lección. Se puso a leer ignorando lo que pasaba en el ruedo.

En el capítulo XLIX de la segunda parte de "Don Quijote de la Mancha", Cervantes nos da una enseñanza similar de voluntad y libre albedrío. Siendo gobernador de una ínsula, Sancho Panza manda a un mozo a dormir a la cárcel. El mozo le responde: "Por más poder que vuestra merced tenga, no será bastante para hacerme dormir en la cárcel".

Ante el enojo del gobernador, el mozo le explica: "…si yo no quiero dormir, y estarme despierto toda la noche sin pegar pestaña, ¿será vuestra merced bastante con todo su poder para hacerme dormir, si yo no quiero?"

La reflexión y el diálogo son los auténticos vehículos de aprendizaje. La defensa de la tauromaquia es también una salvaguarda de la pluralidad.

Protegemos el derecho a ser distintos los unos de los otros, a que tengamos diferentes gustos y que podamos discrepar sobre concepciones ideológicas o estéticas.

El aprendizaje lúdico del hijo de Chapu Apaolaza, las consideraciones sobre la crianza de los hijos de Fernanda Haro y las lecciones de mi hija Ana Belén, están fundadas en una concepción del ser humano basada en la dignidad y en el libre albedrío.