En el fascinante mundo del habla nos encontramos con números indefinidos o ficticios, términos que se deslizan en nuestras conversaciones como un toque de humor o exageración. ¿Cuántas veces hemos oído hablar de un "millón de años" para describir una espera larga o una "montaña de trabajo" para describir una tarea abrumadora?
Cada civilización ha generado sus cantidades comparativas. Para los árabes son mil y uno, como los cuentos de aquella fábula. En japonés es equivalente a ocho mil; ocho mil generaciones es un sinónimo de eternidad.
En la tradición nahuatlaca este número es cuatrocientos. Centzon Mimixcoa eran las cuatrocientas serpientes de nubes, o las estrellas del norte. Centzon Huitznáhuac eran las cuatrocientas biznagas, o las estrellas del sur. Centzon Totochtin, los cuatrocientos conejos, eran los espíritus de embriaguez, sueño y despertar.
El cempasúchil, flor de cuatrocientas –innumerables– flores tiene su nombre en la misma raíz. Con el Día de Muertos acercándose en el calendario este comienza a florecer en los campos mexicanos y poblanos.
Aunque en sus pétalos dorados y ardientes se guarda el anhelo de mantener viva la memoria de aquellos que se fueron, podrá imaginarse lo complicado que es ser agricultor de cempasúchil. Solo tienes una ventana de pocos días al año para vender tu producto.
En México las flores de cempasúchil –marigold como se les conoce en inglés– tuvieron un giro productivo en los 60s. En esta época se comenzaron a explorar las posibilidades de utilizar el concentrado de cempasúchil para mejorar el color de la piel de los pollos y la yema de los huevos. El cempasúchil, con su alta concentración de pigmentos como luteína y zeaxantina, se convirtió en un símbolo de calidad, frescura y valor nutricional. Durante décadas México se apoyó en esta fuente natural de pigmentos, y la industria experimentó un florecimiento – sin chascarrillos– en los 80 y 90.
Como suele suceder en la danza global de la economía, los vientos cambiaron de dirección. El cultivo de cempasúchil primero se trasladó a Perú y luego a China e India, actuales líderes globales. México pasó de ser el rey de los pigmentos a depender en un 96% de las importaciones de esta materia prima desde la gran potencia asiática.
China, con su eficiencia en la producción y una mejora genética digna de admiración, se apoderó del escenario de los pigmentos avícolas. Se podrá imaginar que si una vez al año, un país del otro lado del mundo tiene una festividad que usa estas plantas, los chinos nos van a buscar inundar. Esta es la historia verdadera del cempasúchil chino que comenzará a ver en la noticias.
Ofuscarse en un mercado por temporada o tradición. Cerrarnos al mejoramiento genético y despreciar un mercado de semillas por preservar variedades tradicionales. Fomentar la pequeña producción artesanal. No concatenar la generación de productos de alto valor con tecnología. La historia de cómo hemos perdido el mercado y tradición cultural del cempasúchil es la misma tragedia que el chocolate, vainilla, maíz, frijol y un largo etcétera nacional. Qué solos se quedan nuestros ingredientes.