La furia de Otis descendió sobre Guerrero como martillo y Acapulco fue el yunque sobre el que se estrelló. Aunque el ciclón vivió durante apenas un puñado de días fue un recordatorio de las sombrías “primeras veces” que nos tocarán en adelante.

Este fue “el primer huracán del Pacífico categoría 5 en tocar tierra” y la nominación importa. Por gracia divina en 2015 el huracán más intenso jamás observado en el hemisferio occidental se degradaba antes de tocar tierra por Jalisco.

Patricia –nombre de aquel– y Otis se generaron en la misma región al sur del Golfo de Tehuantepec. Ambos en la mismita semana de octubre, con ocho años de diferencia.

Más allá de las deficientes respuestas por el gobierno estatal de Evelyn Salgado y federal de AMLO, en estos años no se mejoró absolutamente nada para monitoreo de vientos, vigilancia satelital, patrones marítimos o presiones atmosféricas.

¿Sí recuerda la apuesta del gobierno del Corredor Transístmico? Imagine la falta de seriedad de no tener ni las mínimas capacidades para monitorear las condiciones del puerto de Salina Cruz, y del otro lado depender en totalidad de lo que el gobierno gringo quiera dar.

Las pérdidas materiales se estiman en 15 mil millones de dólares y no se ve cómo reflotar a un puerto carcomido por el tiempo y la inseguridad. La tragedia queda más clara al ver que Guerrero contrata menos del 1% de las pólizas de seguro del país, equivalente apenas a 1/5 de lo perdido.

Esto se ve en el campo con la misma claridad. Menos de uno de cada mil campesinos guerrerenses tienen seguro. En Puebla las entonamos igual, con 1.4 de cada mil con seguro contratado.

Si el drama en el puerto es tremendo, las desdichas al interior son indecibles. La economía rural de la montaña guerrerense de por sí se encuentra en uno de sus peores momentos, pues ha resentido el fentanilo como ninguna otra. No por consumo, sino por vapulear el precio de la goma de amapola de 30 a 3 mil dólares por kilo. Así no es negocio. Lo que no pudo hacer ningún programa social –que se quedaran las poblaciones laborales– se revirtió crudamente, con oleadas de migrantes hacia el norte.

Evaluar una tragedia en centavos es una defensa ante lo incuantificable del desamparo y dolor con el que viven en este instante miles de hermanos guerrerenses. Puebla y Guerrero son zonas integradas geográfica, económica y culturalmente, o al menos nuestro sureste. No por nada esa zona solía ser de Puebla hasta la mitad de 1800s, cuando en honor a Morelos se creó el estado de Guerrero.

Necesitamos discutir cómo sobrevivir como especie. Vea cualquier foto de Acapulco y argumente lo contrario. El día de hoy Ciudad Universitaria BUAP albergará una de estas conversaciones, donde se planteará desde gobierno estatal y academia cómo transformar a las ciudades en motores para resistir.

Cosas cercanas, como el programa de resiliencia climática de Puebla. Cosas lejanas, como ciudades inteligentes ordenadas con inteligencia artificial. Cosas necesarias, como modelos bioeconómicos regenerativos. Todas cosas que a alguien brillante se le ocurrió juntar, cosas que les faltan políticos bien fajados para implementar. Uno no sabe ni cómo sentirse cuando tanta capacidad se va así desperdiciada, pero alguien nos vendrá a salvar, ¿verdad, verdad…?