La definición en Puebla del candidato a gobernador de la 4T debe dejarnos muchas enseñanzas tanto a propios como a extraños.

Escribí hace un par de semanas de cómo se empeñaron varios miembros del llamado círculo rojo en participar directamente en esta guerra de guerrillas.

Fue así como empresarios, encuestadores, líderes regionales y periodistas decidieron sumarse a estos pequeños ejércitos, en los que ilusamente pensaron que ganar las batallas cuerpo a cuerpo en esas trincheras, serviría para ganar la gran batalla.

Es evidente que la guerrilla más numerosa, a la que se sumaron infinidad de voluntarios de primera y hasta de última hora, fue la de Nacho Mier.

Día a día la sangrienta lucha se volvía más despiadada, sobre todo por parte de los miembros de la guerrilla nachista, que sentían que la resistencia del enemigo era cada vez menor.

Pero hagamos un paréntesis.

El término guerra de guerrillas surgió en los inicios del siglo XIX cuando el ejército de Napoleón invadía España, por lo que se crearon estos pequeños grupos de guerrilleros españoles para tratar de debilitar y vencer al poderoso ejército de Bonaparte.

Técnicamente se define a la guerra de guerrillas como: “el conflicto en el que pequeños grupos armados actúan con el objetivo de desestabilizar y desgastar al enemigo para vencerlo”.

Y efectivamente, las guerrillas ganaban espacios, generando una percepción triunfalista de Nacho Mier.

Entre los espectaculares, los eventos públicos, las encuestas, las redes, las columnas y otras estrategias de marketing, la versión en la aldea poblana era una sola: #YaEsNacho.

Lo que nunca entendieron, aunque algunos nos cansamos de escribirlo, es que la decisión no pasaba por Puebla.

Las encuestas fueron —si acaso— un referente para el “dedo divino” de Palacio Nacional.

El posicionamiento de Alejandro Armenta nunca estuvo en juego, pero la estrategia debía centrarse en el lobbying en las esferas de poder e influencia de AMLO.

¿Pero cómo lograrlo, si Armenta no tenía picaporte con el presidente y Nacho sí?

La solución era muy simple y nada tenía que ver con la guerra de guerrillas que arreciaba en Puebla.

El lobbying no lo harían ni Armenta ni Olivia ni Rodrigo ni Julio ni Liz.

La clave estaba en un solo personaje: Sergio Salomón.

Así, mientras en Puebla el círculo rojo peleaba con fusil en mano en las trincheras aldeanas, el trabajo fino lo hacía el único poblano que tuvo acceso al presidente hasta en tres ocasiones en los días definitorios.

Y es ahí en donde los súper asesores se convierten en los peores lastres de un aspirante a candidato.

En lugar de generar condiciones de confianza entre Nacho y el gobernador, gente como Fernando Manzanilla dedicaron su tiempo a crecer las guerrillas comandadas por ellos mismos.

Con total secrecía, Sergio Salomón hizo su parte, externando seguramente los pros y contras de cada corcholata.

Si bien es cierto que Salomón —por cuestión de afectos— tenía sus favoritos, es innegable que, al ser el principal operador de la elección del 24 en Puebla, su voz tuvo mayor peso al hablar de las complicaciones para generar la unidad.

Y en esa lógica, claramente había uno entre los siete que no la generaba.

Quizá el único error de Nacho, haya sido el más costoso de todos: la soberbia de sentirse el elegido.

No es casualidad que, tras el nombramiento de Armenta, el llamado del gobernador a la unidad esté totalmente garantizado.

Ni más, ni menos.