Cuando nos plantean que nuestro sistema de salud se parezca al de Dinamarca o Noruega la propuesta suena atractiva. Sin que conozcamos, seguro debe estar mejor que acá. Ahora, si le dijeran que nuestro sector agrícola se pareciera al noruego seguro se la piensa. Allá hace harto frío todo el tiempo, amén de nieves, hielos y aguanieves, nada que le pueda pelear a nuestra parcelita. Y esto era cierto, hasta este año.

La lógica nos dice que las potencias agrícolas deben tener una decente combinación de los elementos que benefician a la agricultura. Espacio, agua, clima, insumos y mercados. China, Brasil o India son buenos ejemplos de esto. Ucrania o Canadá son ejemplo de que se puede cojear de una pata como el clima, pero con otras cosas se compensa.

Rusia y Estados Unidos pueden cojear de otros lados, pero al tener de los hidrocarburos más rentables del mundo poseen el lujo de fertilizantes baratos y en casa. Fertilizantes en base a nitrógeno, claro está, los más comunes y necesarios para la agricultura. Son tan comunes que el más común de ellos le podrá sonar familiar: urea.

No solo de pan vive el hombre, ni la planta de nitrógeno. Hacen falta dos elementos claves más: fósforo y potasio.

El potasio se depositó en el mundo cuando el agua de prehistóricos océanos se secó, por lo que está distribuido más o menos. China, Bielorrusia, Rusia y Canadá se reparten el pastel.

El fósforo es otra historia. 85 de cada 100 kilos se concentran en un pequeño rincón del mundo, con el resto suficientemente disperso para que nadie pueda pelearles. Un rincón que esperaría fuera un oasis en el desierto que se encuentra, pues el fósforo no solo es el segundo elemento químico más importante para alimentar a la humanidad, también es parte fundamental de la transición para electrificar al mundo.

En los pliegues áridos y polvorientos de África, Marruecos tiene en sus vastas reservas de fósforo una de las joyas económicas más desperdiciadas del planeta. El tener amplias materias primas y un pésimo desarrollo socioeconómico es tan común que se conoce como la maldición de los recursos.

El nefasto yugo colonial español dejó huellas indelebles. El Frente Polisario y la inestabilidad del Sáhara Occidental son desafíos a los cimientos de la nación… una nación que se le acabó la fiesta antes de subirse al primer juego.

La confirmación este año de un vasto depósito de fosfatos en el suroeste de Noruega llegó para reconfigurar el mundo. Las reservas encontradas son ligeramente superiores a todas las reservas globales confirmadas juntas. De un día para otro el mundo superó la crisis que se anticipaba para 2030, donde nos despeñaríamos de la máxima producción de fósforo a “a ver con qué nos rascamos”. No se puede crecer para siempre, pero con eficacia y buena suerte casi.

Mientras las naciones se preparan para una reconfiguración total del campo, de Noruega se espera maestría en la gestión de recursos naturales. El ejemplo más claro es su fondo de hidrocarburos, una joya de inversiones que, haciendo gala de administración sensata, despierta envidias. De ese fondo le toca a cada ciudadano noruego 3.5 millones de pesos. En otros lugares, como el México querido, esa riqueza se ha disipado en malstrøms de corrupción, pantanos de ineficacia y las coladeras de la historia.