Las Áreas Naturales Protegidas (ANP) son pedazos de lugares de la Nación, en los cuales los entornos originales no han sufrido cambios de gran importancia debido a la intervención humana. O bien, se trata de áreas cuyos ecosistemas y funciones fundamentales medio ambientales necesitan ser conservados y restaurados.
Estas áreas son sujetas a las regulaciones establecidas por la Ley General del Equilibrio Ecológico y la Protección al Ambiente (LGEEPA), y si se quiere poner exquisito en los detalles es en el artículo 44.
La ironía de esta situación se manifiesta en la brecha entre la retórica y la ejecución. Declarar estas zonas como protegidas sin respaldarlas con acciones concretas es firmar un contrato sin la mínima intención de cumplirlo. Mientras tanto, la fragilidad de estos ecosistemas queda expuesta a las consecuencias de la negligencia, como un testamento de lo inútil que resulta en la práctica este compromiso ambiental.
Estas áreas naturales protegidas vienen en todos sabores. Santuarios, reservas de la biosfera, parques nacionales, monumentos naturales y un par más. Podrá reconocer algunas de las que Puebla comparte con otros estados. La cuenca del río Necaxa con Hidalgo. La sierra de Huautla. La Malinche. El Izta-Popo. Pico de Orizaba. Cañada del Río Blanco.
La cuenta es de unas saludables 225 áreas totales, con el mérito reconocible al gobierno de López Obrador de haber decretado 1 de cada 5 de esas áreas. En esta administración se han sumado 43, con 20 decretadas apenas el lunes pasado. El mérito no es poco.
Sin embargo, la realidad se viste de cinismo cuando observamos cómo, tras la pomposa declaración, estas áreas quedan abandonadas a su suerte. Declarar solemnemente estos rincones como sagrados para la naturaleza parece ser más un acto protocolario que una acción efectiva.
Las palabras resonantes de preservación y restauración chocan con la cruda verdad de la negligencia. Es prometer cuidar un jardín exuberante y, luego, abandonarlo a la voracidad de las malezas. Un ejemplo siempre ayuda a dimensionar. Mucho mejor si es un ejemplo local.
San Lorenzo Teotipilco, al norte de Tehuacán y en plena Biósfera, es uno de los escenarios. Un predio de 7 mil metros cuadrados se encuentra en la mira de Alanjo Construcciones, como si la tierra fuera un simple lienzo en blanco para sus ambiciones inmobiliarias.
En este rincón de nuestro México, donde la tierra misma susurra historias ancestrales como la domesticación del maíz, se gesta una batalla entre el progreso desenfrenado y la protección de nuestra naturaleza.
La Gaceta Ecológica de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) revela el nuevo intento de esta empresa por ganarse el permiso para levantar un fraccionamiento en la subzona de asentamientos humanos del Área Natural Protegida. Con el proyecto identificado con la clave 21PU2023UD091 e ingresado en noviembre, se busca la lotificación y construcción de servicios básicos para viviendas unifamiliares. En octubre también lo intentaron, sin éxito.
El presidente podrá decretar áreas naturales a lo wey sin un peso de presupuesto. SEMARNAT podrá dar permisos irregulares. Constructoras voraces podrán construir. Pero la decisión final recae en la conciencia de todos nosotros, como ciudadanos, de no fomentar el desarrollo sobre el patrimonio biocultural de nuestros descendientes.