En agosto pasado el secretario estatal de seguridad pública, Cruz Luna, un distinguido escuadrón de funcionarios —incluido el general subsecretario de seguridad Rodríguez Bucio— y representantes de estados vecinos se dieron cita en una mesa que prometía ser más redonda en negociaciones que la del Rey Arturo. El objetivo no era menor: fortalecer la estrategia regional contra el robo a transporte en carreteras.

Algo claramente no ha funcionado (ejem, Policía Federal, ejem) pues la Puebla-Córdoba compite con la México-Querétaro por el título de la autopista más peligrosa de México. Esto no significa un monopolio de violencia automotor. En el país al día se roban 40 camiones, violentando en promedio a 32 choferes.

Tampoco piense que los asaltos discriminan entre cuota o libres. Una de las autopistas más caras del país por kilómetro, el Arco Norte, ha sido recientemente asolado. Tanto así que hace menos de una semana el gobernador poblano Céspedes Peregrina se reunió con sus iguales del Estado de México, Tlaxcala, Hidalgo y Ciudad de México para tratar este tema.

Lechería-Chamapa. Palmillas. Circuito Exterior Mexiquense. San Martín Texmelucan. Esperanza. Kilómetros de asfalto de alto peligro.

Mientras las autoridades dibujan estrategias en el aire, la caravana de la realidad avanza. Del tándem hombre-camión, el eslabón más débil es la persona. Se cansa. Puede ser amedrentado con un arma. Debe detenerse para las necesidades básicas. La respuesta es sencilla: eliminemos al hombre.

En la era donde la autonomía se traslada de la voluntad humana al algoritmo, camiones que surcan carreteras sin necesidad de manos al volante o pies en los pedales son otro grito de una modernidad, que afán de eficiencia, parece dispuesta a prescindir de la humanidad misma.

La promesa de coches autónomos —que se manejan solos pues— ha circulado desde hace años. Y faltarán décadas para que marchen por nuestras ciudades. Pero en carretera la historia es otra, pues es un escenario mucho menos caótico que una calle, amén una mexicana, donde se tiene que identificar en la misma escena una abuelita cruzando la calle, un puesto de tacos invadiendo carril, y un semáforo descompuesto.

Estas maravillas tecnológicas, impulsadas por lo que los sabios llaman inteligencia artificial, prometen revolucionar al ecosistema socioeconómico del transporte de tal manera que ni Julio Verne en sus más alocadas fantasías.

Camiones autónomos, libres de la fatiga, aburrimiento o distracciones humanas, que prometen reducir accidentes de tráfico y optimizar rutas, entregando con precisión y velocidad nunca vistas. Además, programados para conducir lo más eficiente posible, estos podrían disminuir significativamente el consumo de combustible y, por ende, emisiones de efecto invernadero.

Del otro lado, por supuesto, existen 1.2 millones de mexicanos dedicados a manejar camiones, camionetas y automóviles de carga, tan solo en Puebla 50 mil. ¿Qué será de ellos? ¿Nos enfrentamos a la creación de un ejército de desempleados o, por el contrario, oportunidades inéditas para reconvertirse en maestros de la logística, supervisores de flotas autónomas o incluso ingenieros de sistemas de transporte inteligente?

En este panorama donde la tecnología promete eliminar de un plumazo una profesión, emergen oportunidades para repensar nuestra relación entre el trabajo y el tiempo. Somos la primera generación en toda la historia de la humanidad que puede alcanzar a conquistar la última libertad.

La libertad fundamental de dedicarle el tiempo a lo que queremos. Encontrar nuestra pasión. Híper abundancia tecnológica sostenible para eliminar las causas materiales del sufrimiento; la utopía ya no es para caminar, está a nuestro alcance.