Los candidatos políticos se presentan como actores ansiosos por deslumbrar a su audiencia con promesas pomposas y soluciones mágicas a problemas arraigados. Sin embargo, en esta obra hay un escenario siempre relegado al fondo, la ciencia, en un rincón, sin guion y sin voz.

Para el año 2024 el gobierno federal etiquetó un presupuesto de 148 mil millones de pesos para el área de Ciencia, Tecnología e Innovación. El número parece un leviatán, pero recuerde que por algo en 2023 el Congreso eliminó de la ley la obligación del estado de invertir al menos el 1% del PIB. Esto es apenas el 0.6% del presupuesto total.

Países que han apostado a la ciencia para hacerse un nombre en el concierto de las naciones a través de la investigación, como Israel o Corea del Sur, invierten cerca del cinco por ciento. Las recomendaciones internacionales sugieren invertir 1.5 para el desarrollo de las naciones.

Esto contrasta con la realidad del sexenio, donde la desaparición de becas, fideicomisos, convenios, y completo desdén a la ciencia son la norma. Y es que todo está en los detalles.

A primera vista aun esa cifra puede parecer impresionante, pero es un espejismo, apenas 25 mil 722 millones fueron asignados al Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías. El resto viene de programas de SEP, Bienestar y hasta inversiones del ejército, todas estirando los límites de las definiciones para sumar.

Tomemos como ejemplo a países como Corea del Sur, Japón y Taiwán, naciones que, a pesar de sus limitaciones geográficas y de recursos naturales, han logrado posicionarse como potencias tecnológicas y económicas mediante una apuesta decidida.

En la década de los 60s Corea del Sur era una nación devastada por la guerra, con un PIB comparable a países subsaharianos. Sin embargo, a través de políticas gubernamentales que fomentaron la inversión en educación e investigación, el país se transformó en una economía vibrante y avanzada con gigantes tecnológicos como Samsung, KIA o LG.

Japón reconstruyó su economía después de la Segunda Guerra mediante una estrategia de importación de tecnología extranjera con una fuerte inversión en desarrollo local. Esta apuesta generó una industria automotriz y electrónica que compite a nivel mundial y ha proporcionado un alto nivel de vida a su población.

En Taiwán a través de los microprocesadores. Demostrando cómo una inversión sostenida en ciencia y tecnología puede generar riqueza y bienestar, además de asegurar su existencia ante una invasión de China, al ser el país en un actor indispensable en la cadena global de tecnología.

Es desconcertante que en las propuestas de los candidatos no se vislumbre un proyecto transexenal robusto, que desplace la ciencia de la efímera temporalidad sexenal y la proyecte hacia un futuro sostenible. La ciencia no puede desarrollarse adecuadamente bajo la presión de ciclos gubernamentales cortos y caprichosos.

Increíble que cuando la candidata puntera de las encuestas presidenciales es una científica, es cuando el panorama para la ciencia seria en México pinte más sombrío.