Temer a las langostas no requiere que invoquemos los terrores de la octava plaga del dios de los judíos en Egipto. Los propios mayas yucatecos nos narraron sus horrores en los Chilam Balam, libros de las circunstancias históricas de los pueblos peninsulares.
En el entendido de que estas langostas no son meros insectos; son un cataclismo con alas, capaces de alimentar narraciones que hoy en día nos parecen historias de ciencia ficción.
Quizá tan inofensivas en lo individual como un grillo, en números y adversidad estos animales se transforman. Verdadera metamorfosis. Cuando comienza a escasear la comida —cosa que sucede después de severas lluvias, donde eclosionan multitudes— comienzan a juntarse, volverse agresivas y mostrar conductas de turba.
Usted pensará que es una exageración de los libros sagrados que el día se hizo de noche, y al regresar la luz todo era devastación. Nada más cercano a la realidad.
Imagine una nube que zumba, cubriendo de Chipilo a Los Estadios —20km— con la capacidad de desaparecer 300 toneladas de cultivos al día. Eso es una «manga» de langostas, forma en la que se agrupan estos animales. Material suficiente para escribir sin exagerar en licencias literarias.
Es un hecho geográfico. Centroamérica tiene condiciones ideales para reproducirlos, mientras que los corredores del Pacífico y Atlántico —mismitos por donde circula la droga— son vías idóneas para que se distribuya.
Recién en 1824 — comparado con los tiempos del Popol Vuh— la langosta fue declarada plaga nacional, aunque los esfuerzos eran artesanalmente inútiles. Como ordenar brigadas de gente para ir a matarlas manualmente.
Otros ciento y un años tuvieron que pasar para que Elías Calles expidiera la primera ley federal de plagas; y es que 1924 —un año antes— fue crítico para el país. Más de 300 kilómetros cuadrados de Chiapas, Tabasco, Yucatán, Veracruz y Oaxaca fueron devastados. Puebla y Tlaxcala recibieron algunas poblaciones, pero menores. Ahora, de nuevo, cien años después, la cosa parece complicarse.
Mientras que en milenios pasados la plaga estuvo contenida geográficamente, la belleza caótica del cambio climático hace las suyas.
Ubicaciones tan remotas como el norte de Nuevo León, donde nunca se había encontrado la Schistocerca — su nombre científico — ahora ve ingenieros de apellidos Poot y Peech dar lecciones de control de plagas. Y eso es diagnóstico.
No solo es un problema del insecto, es de presupuesto. El gobierno federal invierte menos de 30 millones de pesos a nivel federal en la Campaña contra la Langosta Centroamericana, cantidad a todas luces insuficiente, exprimiendo al máximo las pocas capacidades del exangüe SENASICA.
Rozando nuestros perímetros, la langosta centroamericana acecha Puebla, cada vez empujando más sus límites, ahora como en una afrenta directa a la recién nombrada secretaria de desarrollo rural para el nuevo sexenio, Ana Laura Altamirano.
Atzizihuacán —municipio de donde es originaria la exsecretaria, y nombrada secretaria— es el epicentro de los ataques de las langostas, que ya se dieron un festín mixteco de maíz, sorgo, amaranto y cacahuate. Junto con Cohuecan y Acteopan, estos municipios ya recibieron su baño de zeta-cipermetrina, insecticida de amplio espectro recomendado para controlar plagas así.
Este baño lo instrumentó la actual secretaria de Desarrollo Rural, Rubí Joven, directora administrativa en los tiempos de Altamirano, quien tiene muy claro el riesgo en sus manos. Las plagas dejan sus huevecillos, infectando y corrompiendo hacia el futuro. En la anterior plaga del ’24 Álvaro Obregón mandó lanzallamas, que resultaron ineficientes; acá parece solo faltará una Auditoría Superior que haga su trabajo.