La milpa, sistema agrícola que nos han presentado desde la infancia como la cúspide del ingenio mesoamericano. Nos la presentan como la dieta del pueblo, esencia de resistencia indígena, baluarte contra el imperialismo alimentario. Celebrando lo que, en el fondo y especialmente en la manera que la llevamos ahora, es una dieta de supervivencia, no de plenitud.
No se puede estar en contra de la milpa, es gracias a este sistema que Mesoamérica pudo, literalmente, sobrevivir. Pero sobrevivir es una palabra llena de austeridad y lamento, de estar en pie solo por inercia. No es fácil aceptar esta realidad, este precario equilibrio entre la gloria de nuestras raíces y una amarga siembra de un futuro quebradizo.
La milpa es sin duda un elemento central de nuestra cultura, un testimonio viviente de resistencia, de adaptabilidad, de la capacidad del maíz y sus compañeras ancestrales —frijoles, calabazas, chiles— para tejer la compleja trama de la vida en esta parte del mundo.
Hoy, por ejemplo, el gobierno del estado de Puebla se esfuerza por honrar este legado a través de diversas iniciativas culturales. En días siguientes más de 1,200 personas estarán degustando fantásticos platillos regionales hechos a base de diferentes productos de la milpa, junto a actividades artísticas e intercambio de saberes y tradiciones locales.
Esta labor es vital en un país que, en medio de su modernidad, no puede ni debe olvidarse de su raíz. Similarmente, el concurso federal «¿A qué sabe la patria?» reúne a cocineros tradicionales en un homenaje a los sabores que definen nuestra identidad. Este esfuerzo por preservar lo nuestro, por mantener vivo un legado, no está en disputa. La milpa es nuestra esencia, pero también, nuestra cruz.
¿Qué hacer? Grasas saludables, las de nueces y alimentos marinos, pero sobre todo proteínas. Carne, pescado, leche, huevo. Los amantes de la milpa suelen olvidar las realidades alimenticias de nuestros ancestros. Comíamos pescado, pero secamos los lagos, de donde también recolectábamos las bacterias y algas. Comíamos larvas e insectos, pero la entomofagia nos comenzó a dar cosita, no se diga de comer un perro, ¿o cree que los mexicas no hubieran preferido más xoloitzcuintles de mascotas que en el plato? Todo sumaba proteicamente.
Si mientras crecemos hemos comido las proteínas necesarias, se habrá logrado un buen desarrollo, adquirido salud y luchado exitosamente contra enfermedades, disfrutando de una vejez libre de achaques. Por el contrario, si nuestra alimentación ha consistido en tortillas, frijoles, chile y un poco de carne de vez en cuando, el crecimiento habrá sido defectuoso biológicamente. Sustituya tortillas por galletas, panecitos, chicharrones y sopas instantáneas y es lo mismito.
Nos habremos quedado cortos de estatura, obesos en la niñez, víctimas de enfermedades frecuentes; el cansancio llegará pronto, disminuyendo nuestro rendimiento económico, social y personal. La vejez llegará prematuramente achacosa, y la muerte, decididamente anticipada, marcará el fin de una vida de resistencia y lamentación.
«Dicho en otras palabras, dentro de las actuales condiciones de subalimentación del pueblo mexicano, es prácticamente imposible ningún plan de desarrollo económico, social, político y cultural».
El anterior extracto forma parte de un artículo (consumido en días pasados entre la más cariñosa de las compañías, la familia) de 1962 llamado «El Problema Alimenticio en México», contándonos la misma tragedia de hoy, narrada hace seis décadas.
Nada ha cambiado desde las políticas públicas. Haya la reforma que quiera al poder que quiera, no hay posibilidad alguna de que cuaje algo que no sea mediocre en México… por lo que comemos (y docenas de otras razones socioeconómicas e históricas detrás).
Por cierto, en el concurso «¿A qué sabe la patria?» hay 10 finalistas, 2 de nuestro estado. Una barbacoa con ajonjolí de Olintla, y una paxnikaka, de Caxhuacan, un tipo de quelite que se cocina a la manera del pipian. Hay que comer de los dos, su quelite y su barbacha, o su quesito, su salsa con huevo, sus sardinas, su vasito de leche… por pura decencia histórica hay que nutrirse bien y honrar que no tenemos que andar recolectando espirulina por los lagos del Anáhuac para sobrevivir.