Entra a una primaria cualquiera de nuestro país y señala a un estudiante: un tercio de chance de que esté gordo. No se trata de un mal chiste —poca risa causa— sino de la alarmante realidad de nuestro país.

En la población escolar de cinco a once años la prevalencia nacional de sobrepeso es de 37 por ciento. 4 millones de educandos con exceso de peso, una condena casi segura a una vida miserable entre enfermedades y dolencias varias.

Con esta premisa en mente, nuestros nobles legisladores comenzaron en 2021 un proceso para prohibir la comida chatarra en las escuelas. Un proceso que está cerca a culminar, pues la Comisión de Mejora Regulatoria (CONAMER) publicó hace días el acuerdo de lineamientos que desarrolló la SEP.

¿Alguna vez ha ido con un nutriólogo alejado de la realidad socioeconómica de este país; de esos que ven en un licuado de blueberries una recomendación de desayuno apropiada para la población en general? Esta propuesta de reglamento es ese nutriólogo, que regresando de Cancún estuvo unos días en San Cristóbal de las Casas, pasando por Macuspana.

El problema no es que no alcance para el bluberri, es que no hay licuadora, y si hubiera no hay electricidad para echarla andar, y si hubiera, no hay ni agua potable para el licuado. ¿Leche? Le recomendarán de almendras.

Hay unas 200 mil escuelas públicas en el país, donde 56 mil educan sin agua, ni para las necesidades más básicas para la dignidad de alumnos y profesores. A esas mismas escuelas, en las realidades más lacerantes de este país, se les impondrán expectativas que ni a un restaurante de Angelópolis.

Sin duda que parte de la pelea es erradicar papitas, galletas y sopas instantáneas de las tripas de los niños, pero esta reforma se enemista hasta con identidades propias.

¿Qué queda prohibido? Si va frito: quesadillas, sopes, tacos dorados o sudados, chilaquiles o gorditas. Oiga, es que lo frito no es lo más sano del mundo, sin duda, pero no-frito también se prohíben los tamales, burritos, gorditas de harina y las sincronizadas de jamón.

¿Oiga, y porque a las sincronizadas tanto odio? Por hacerla de jamón. Y es que las preparaciones con embutidos como salchichas, chorizos, longanizas, salamis o jamones son prohibidas.

Queda claro que nuestras autoridades no tienen idea de la ingesta de proteínas en este país. Cosas como exigir que los alimentos tengan tres porciones de proteínas animal… en muchos lugares eso no se come ni en día de fiesta.

La reforma no solo atenta contra la lógica social, va contra los paladares, pues a las preparaciones alimenticias no se les puede añadir sal o azúcar. Punto. Nada. Ni en la dieta más ridícula de un hipertenso encontrará esto.

Dice la tiendita cooperativa: «vamos a cumplir para seguir trabajando». «Pues te jodes», replica el gobierno, ya que los proveedores de alimentos deberán ofrecer únicamente los alimentos y bebidas permitidos… a un precio inferior al del mercado. Así viene en el reglamento.

¿Qué negocio sobreviviría semejante dislate? Pues tiene 180 días de que se publiquen estos lineamientos para encontrar cómo, pues las multas rondan los 100 mil pesos por infracción.

El país avanza, pero siempre hacia atrás. Los lineamientos son letras vacías, dictadas desde un lugar distante, carente de higiene mental. La comida es memoria y el hambre es herencia. Las normas, sin técnica y empatía, jamás podrán curar el dolor de las generaciones hambrientas, ya sea de alimento, paz o justicia.